viernes, 13 de marzo de 2015

LLAMANDO A LAS PUERTAS DEL CIELO (EPÍLOGO)

Hola a todos.
Aquí os traigo el pequeño epílogo de mi relato Llamando a las puertas del Cielo. 
Aunque no sea un relato alegre ni tenga un final feliz, espero de corazón que os haya gustado.
¡Un millón de gracias por estar siempre ahí!

                                  Todavía se sigue hablando de lo que ocurrió en la isla de Burhou. De cómo la joven Nancy Eperay murió de amor tras enterarse de la muerte de su amado esposo Antoine en combate.
                                  Algunos creen que Nancy murió desangrada tras un parto muy difícil en el que su hijo nació sin vida. Otros creen que Nancy se dejó morir.
                                 No quería seguir viviendo tras la muerte de su hijo. Su estado empeoró porque, de algún modo, tuvo constancia de que su marido estaba sufriendo una espantosa agonía lejos de ella.
                               En la actualidad, ya no vive nadie en la isla de Burhou. Está definida como la isla más solitaria de todas las islas que hay en el Canal de la Mancha.
                                Por ese motivo, resulta raro lo que comenta mucha gente.
                                Estos avistamientos tienen lugar desde hace ya más de doscientos años. Se ve a una pareja joven dando un paseo por la playa. Llevan en brazos a un bebé recién nacido que ríe alegremente. Van vestidos con ropas de época. Parecen sacados de una novela de Jane Austen.
                                En un momento dado, la pareja se detiene y se funde en un cálido beso.
                                El bebé parece aplaudir con alegría ese momento.
                                Son muchos los que afirman que son Antoine y Nancy Eperay. Y que es Antoine el que lleva en brazos al bebé. Su hijo...



                          La vida les separó. Pero se han encontrado en el Más Allá. Y están juntos para toda la Eternidad.

FIN

jueves, 12 de marzo de 2015

LLAMANDO A LAS PUERTAS DEL CIELO

Hola a todos.
Aquí os traigo el desenlace de mi relato Llamando a las puertas del Cielo. 
Mañana, subiré el epílogo.

                               En la isla de Burhou, el estado de Nancy empeoraba por días. La joven sentía que las fuerzas le habían abandonado desde que vio a su hijo recién nacido muerto.
                               Judith cayó desplomada sobre el sillón cuando terminó de leer la carta que había recibido aquella mañana. El color abandonó su cara otorgándole una palidez cadavérica.
-¡Señora, por favor!-le imploró la criada. Se asustó al verla en aquel estado-¿Qué ha ocurrido? ¿Qué pone en esa carta?
-¡Esto no puede estar pasando!-rompió a sollozar Judith-Tiene que ser una pesadilla. ¡No puede estar muerto! ¡Mi hijo no puede estar muerto!
                             Judith estaba destrozada.
-¿Ha recibido carta del señorito Antoine?-se interesó la criada.
                             Los padres de Nancy habían ido a verla. Se habían enterado del nacimiento de su nieto, quién había nacido muerto.
                             Por supuesto, habían escuchado otros detalles, como que el niño parecía más una masa deforme que un bebé. Sin embargo, lo que más les preocupaba era el estado de salud de Nancy. La joven estaba muy mal.
-Mi niño está muerto-sollozó Judith-¡Esos malditos ingleses! ¡Me lo han matado! ¡Me han matado a mi niño!
                           En aquel momento, Judith no escuchó los pasos que bajaban la escalera.
                           La madre de Nancy trató de detenerla.
-Si es Antoine, quiero volver a verle-replicó la joven-Quiero volver a abrazarle.
                           El ánimo parecía haber vuelto al delgado cuerpo de Nancy. Estaba convencida de que Antoine había vuelto a casa. En aquel momento, Nancy le necesitaba más que nunca.
                           Sin embargo, todo aquel ánimo se había esfumado en cuanto la joven escuchó a su suegra decir que Antoine estaba muerto.
-¡Señora!-exclamó la criada, al percatarse de la presencia de Nancy-¿Qué está haciendo levantada? Será mejor que se vaya a su habitación ahora mismo. ¿No se da cuenta de que está muy débil? Váyase ahora miso a descansar.
                          Había horror en la expresión de Nancy.
                          Antoine no iba a volver nunca. Antoine se había ido para siempre.
-Nada tiene sentido ahora para mí-replicó Nancy con suavidad-He perdido a mi hijo. He perdido al único hombre que amaré. Mi vida ha terminado para mí.
                         Dicho esto, el cuerpo de Nancy cayó desplomado al suelo y la criada lanzó un grito de horror al darse cuenta de que Nancy tenía los ojos y la boca muy abiertos.
-¡Hija!-gritó la madre de la joven-¡Hija mía!
                         Nancy también se había ido para siempre.

miércoles, 11 de marzo de 2015

LLAMANDO A LAS PUERTAS DEL CIELO

Hola a todos.
Aquí os traigo el penúltimo fragmento de mi relato Llamando a las puertas del Cielo. 
Queda este fragmento y otro más, más un pequeño epílogo.
Veamos qué ocurre hoy.

                                  Al lado de Nancy, se descubrió así mismo. El gran amor de su vida fue Nancy. Cuando estaba huyendo de los soldados ingleses, pensaba en Nancy. La volvería a tener entre sus brazos, pensaba. Y el pensamiento le tranquilizaba.
                                Nancy...
                                Podía recordar el rostro ruborizado de la joven cuando la besó por primera vez.
                                Fue ella la que le enseñó a mirar las estrellas. Fue Nancy la que le hizo tener fe en la vida, en el futuro y en el amor. La que miró en su corazón.
                               Era capaz de amar. Podía amar a otra persona.
                               No podría conocer a su hijo.
                               Recordó a Nancy. Sus besos...Sus abrazos...Cómo la tocaba. Sus caricias...Todo...
                               Jamás volvería a ver sus hermosos ojos azules. Antoine sintió que ya no le dolía nada. Nunca más volvería a oír su risa cantarina. Ni volvería a escuchar el timbre de su voz. Los delicados dedos de Nancy no volverían a acariciarle. Ni ella volvería a cubrir de besos su torso desnudo. No se pegaría nunca más a su cuerpo. Ni la amaría.
                               Porque no volvería a verla nunca más.
-Nancy...-gimió-Nancy...Nancy...
                              No volvería a verla. Todo había terminado.
                              Ni a besarla. Ni a acariciarla. Ni a abrazarla.
-¡Nancy!-gritó.
                              Entonces, todo acabó para Antoine. Se acabó el soñar. Se acabó el pensar que podía ser feliz.
                             En Burhou, un grito resonó en toda la isla.
-¡Antoine!-chilló Nancy presa de la desesperación-¡No te mueras, amor mío!
                               El corazón de Antoine ya no latía cuando empezó a salir el Sol en la Región del Loira. Al amanecer, Nancy estaba desmayada. Judith la había oído gritar.
                               Le sujetaba la mano.
-Estaba delirando, señora-le informó una criada.
-Estaba llamando a mi hijo-se lamentó Judith.
                               Un pastor encontró el cadáver de Antoine. Dio parte a un soldado francés que estaba haciendo la ronda nocturna. El pastor había hecho muchas veces de recadero para los soldados ingleses. Pero, como pago, éstos le habían quemado la choza en la que vivían. Desde entonces, odiaba a los ingleses con todas sus fuerzas.
                            El soldado había participado en la escaramuza que había tenido lugar la tarde antes. ¡Cielo Santo!, murmuró para sus adentros.
                            Reconoció el cuerpo.
                            Se trataba de su compañero, el oficial Antoine Eperay.
                            Le habían herido. Llevaba buscándole toda la noche.
                            La herida lo había matado.
-¿Usted conoce a una tal Nancy, señor?-le preguntó el pastor al soldado.
                           Éste trató de hacer memoria.
-Creo que sí-respondió el soldado-Es la esposa del oficial Eperay. ¿Por qué me lo pregunta?
-Anoche, estaba en el monte con las cabras. Entonces, oí un grito. Era una voz. Una voz de hombre... Gritaba un nombre con desesperación. ¡Nancy! ¡Nancy! ¡Nancy!. Sólo oí eso. Pero...Esta mañana, ha vuelto a pasar. He escuchado gritar a una mujer. Llamaba a alguien. ¡Antoine! Una voz gritando. Llamando a una mujer. Una mujer que se llama Nancy. Y otra voz llamando a un hombre que se llama Antoine.
                             El soldado miró el cuerpo sin vida de Antoine.
                             Sintió pena por él y por la mujer llamada Nancy.
                             No sabía cómo darle la noticia a aquella pobre infeliz. Estaba a punto de dar a luz.

martes, 10 de marzo de 2015

LLAMANDO A LAS PUERTAS DEL CIELO (NANCY)

Hola a todos.
Hoy, me gustaría hacer un pequeño paréntesis porque me gustaría hablaros de la protagonista de mi relato Llamando a las puertas del Cielo. 
Nancy Eperay es la amada esposa de Antoine Eperay, el protagonista.
Nancy es una joven más bien alta. Su figura es esbelta.
Sus ojos son de color azul cielo. Y su cabello es de color rubio. Su piel es blanca como la leche y sus labios son de trazado delicado.
Nancy espera el regreso de su marido del frente. Ignora la agonía que está sufriendo Antoine lejos de ella.
Nancy tuvo la determinación de desafiar a sus padres para casarse con Antoine. A pesar de su apariencia frágil, tuvo muy claro lo que quería. Y quería estar con él.

 Y así es como me imagino a Nancy Eperay.

lunes, 9 de marzo de 2015

LLAMANDO A LAS PUERTAS DEL CIELO

Hola a todos.
Aquí os traigo un nuevo fragmento de mi relato Llamando a las puertas del Cielo. 
Seguimos siendo testigos de los recuerdos de Antoine.

                             Su corazón latía a gran velocidad en cuanto veía a Nancy.
                             Su castigo era morir separado de su amada Nancy y del hijo de ambos. No lo iba a conocer. Su vida había sido un error. Una gran equivocación...
                            Imaginó a Nancy durmiendo acurrucada bajo las mantas. Por ella, pensaba en abandonar el Ejército. Pero no podía dejar de ser un soldado. Quería luchar. Nancy se sentía orgullosa de él cuando le veía vestido de soldado.
                           Quería estar presente cuando naciera su hijo. Porque estaba convencido de que sería un hijo varón.
                            Y ocurrió aquella escaramuza.
                            Se vio solo.
                            Y estaba muerto de miedo.
                             Siempre supo que moriría en el transcurso de una de aquellas escaramuzas. Prefería morir antes que ser hecho prisionero. Soldados ingleses, franceses o prusianos. Eran los mismos.
                             Se sentía cada vez más ligero.
                             Oía en la distancia ruidos de disparos y de cañonazos. Se estremeció de miedo. Tenía que asumir la realidad. Y la realidad era que no iba a ver nunca más a Nancy. Nunca más...
                             Jamás volvería a ver los ojos azules de Nancy. Se acabó. Había perdido.
                             La había besado muchas veces. Y sufría.
                       Su corazón sangraba al pensar que iba a faltar al juramento que le hizo. Que iba a regresar.
                            Nancy..
                          Su corazón volvía a latir con sólo pensar en ella.
                           Ya nunca más volvería a estar entre sus brazos. Ella debía de estar esperándole en casa. Podía verla tejiendo ropita para su futuro hijo sentada en el sofá. Junto a Judith...Hablando las dos de Antoine. Del niño...Sonriendo.
                            No podía recordar nada más allá de Nancy.



                                 Antoine ignoraba lo que estaba pasando en Burhou. No sabía que el parto se le había adelantado a su mujer.
                                 Nancy estaba embarazada de siete meses cuando dio a luz. Judith no sabía cómo darle a su hijo la terrible noticia del nacimiento de su hijo sin vida. Es espantoso, pensaba la mujer.
                              Se inclinó para besar la frente de Nancy.
                              La joven estaba ardiendo en fiebre. El médico intentaba detener la hemorragia. Desde que dio a luz, Nancy no había parado de sangrar.
                               El niño había sido enterrado en la playa.

domingo, 8 de marzo de 2015

LLAMANDO A LAS PUERTAS DEL CIELO

Hola a todos.
Aquí os traigo otro fragmento de mi relato Llamando a las puertas del Cielo. 
Seguimos con los recuerdos de Antoine.

                                  No tenía apenas fuerzas.
                                  Moriría pensando en Nancy. Su adorada Nancy...Su amada Nancy...
                                  Pensando en ella. En su cabello sedoso, de color rubio muy claro. Antoine había acariciado aquel pelo. Miró su colgante. En su interior estaba un mechón de pelo de Nancy. Ella misma se cortó aquel mechón. Se lo entregó a Antoine. Él la amó más que nunca en aquellos momentos. El cabello de Nancy era largo.
                                  Pensó en los ojos azules de la muchacha. Unos ojos de color azul como el cielo...En su rostro inocente...
                                  Había besado los párpados cerrados de Nancy. Pensó en la nariz pequeña de Nancy. En sus labios sonrosados, de trazado delicado. Unos labios que él había besado muchas veces. Pensó en el cuello de Nancy, largo y esbelto. Él había besado aquel cuello de cisne en la intimidad de su cuarto, acostados en el lecho.
-Nan...cy...-volvió a gemir-Nancy...Nan...cy...
                            ¿Le oiría ella?, se preguntó. ¿Estaría bien? Tenía que estar bien.
                            Judith, la madre de Antoine, estaba con ella.
                            Hijo...Hijo mío, ojalá no seas como yo, pensó Antoine. No seas un cobarde. Lucha. No sigas mis pasos. He sido un mal hombre. La guerra me ha convertido en un mal hombre.
                             Un sollozo se escapó de su garganta. No tenía ni fuerzas para llorar. No podía llorar.
                             Lloraba por él.
                             Lloraba por la familia que dejaba en Burhou.
                             Su familia...
                             Nunca pensó que sería capaz de cometer una atrocidad. Había perdido su pistola, con la que había matado a soldados ingleses durante escaramuzas. Era un soldado.
                              Ya era un soldado antes. Pero, entonces, conoció a Nancy. Y su vida cambió. Cabello muy rubio...Ojos azules...
                              Ya no se intentaba taponar la herida. Lo intentó hacer cuando consiguió dar esquinazo a los soldados ingleses. Escondido detrás de un árbol, Antoine examinó su herida a la luz de la Luna. No me gusta, pensó. Es una herida muy fea. Y aquí no hay ningún médico. Que yo sepa.
                            Era una herida muy profunda. Tenía un orificio de entrada, pero no tenía orificio de salida.
                             Mal asunto...
                             Se estaba muriendo.
                             Estaba acostado boca arriba.
                             Su vida pasó delante de sus ojos. Como ver una obra de teatro.
                             Antoine pensó en sus padres. Pensó en su esposa. A su hijo le faltaban dos meses para nacer.
                              Quería conocerle. Deseaba con todas sus fuerzas tener un hijo. De aquel modo, su madre se sentiría compensada.
                              Judith sentiría que tenía una familia numerosa tras haber sido abandonada nada más nacer. Lloró mucho cuando Nancy perdió el bebé que esperaba, al cabo de algún tiempo después de haberse casado.
                             Sería una buena abuela para su nuevo nieto.

sábado, 7 de marzo de 2015

LLAMANDO A LAS PUERTAS DEL CIELO

Hola a todos.
Aquí os traigo otro fragmento de mi cuento Llamando a las puertas del Cielo. 
Veamos qué ocurre hoy.

EN ALGÚN LUGAR DE LA REGIÓN DEL LOIRA, 1811

                             Se estaba muriendo. Antoine Eperay lo sabía. Lo supo en el instante en el que aquella bala le atravesó el torso. Le había herido en algún órgano interno. La sangre manaba a borbotones. 
                              Por su mente pasaron todos los momentos que había vivido junto a Nancy. Habían sido muy felices en Burhou. Tenían muchos planes de futuro. 
                              A ella le gustaba mirar las estrellas. Habían pasado muchas noches acostados sobre la arena de la playa. Antoine escuchaba con los ojos muy abiertos a Nancy hablarle de las estrellas e inventando nombres para cada una. Los dos estaban abrazados. Él la besaba de vez en cuando. La cabeza de Nancy descansaba sobre el hombro desnudo de Antoine.
                        Ella le hacía sentirse vivo.
                        Alzó la vista al cielo. Era de noche. El cielo estaba cubierto de estrellas.
                        Creía escuchar la risa de Nancy. Aquella risa tan sonora que tenía.
                        La constelación del Gato...La constelación del Perro...Podía oír el delicado timbre de voz  de la joven. La constelación de las Flores...La constelación de las Galletas...¿Te gustan los nombres que le pongo?
                         Aún sentía la mano de Nancy apretando la suya.
-No puedo morir-pensó Antoine-Tengo que regresar junto a ella. Junto a Nancy...Le prometí que volvería. He de conocer a nuestro hijo. No puedo morir en este lugar. Nancy...¡Dios mío!
                          Los dos se habían encontrado. Nancy era la mujer de su vida. Cuando se conocieron, se juraron que jamás se separarían. Tenía que volver a verla. Pero no podía levantarse. El terror se apoderó de Antoine.
                           Los soldados ingleses le encontrarían. Nancy era demasiado dulce. A él le matarían.
                           Intentó ponerse de pie. Pero le fallaban las fuerzas. Un soldado inglés le había herido cerca del corazón y estaba perdiendo mucha sangre. La vista se le nublaba y se arrastraba por el suelo. Hacía mucho frío y él estaba temblando. Pero temblaba tanto de frío como de fiebre. Como de miedo...
                          Estaba muerto de miedo. Si los ingleses le encontraban, sólo Dios sabía lo que harían con él.
                           Eran animales sin entrañas. La guerra había convertido a los soldados en salvajes. Ingleses...Franceses...
                           Arrancó un trozo de hierba al que se aferró. Casi no podía ver las estrellas.
-Nan...cy...-gimió-Nancy...Nan...cy...
                          No se trataba sólo de Nancy.
                          Había alguien más.
                          Nancy estaba esperando un hijo suyo.
                          Antoine tosió y escupió sangre. No conoceré a mi hijo, pensó el joven con desesperación. Una lágrima rodó por su mejilla. Quería poder abrazar a su hijo. Iba a llamarse como su difunto padre. Charles...
                          Cerró los ojos y evocó el rostro de Nancy, que lo miraba con ternura. Se quedó quieto sobre la hierba. La hierba estaba fresca y húmeda. No quiero morir, pensó Antoine.
                          Había partido al frente para luchar porque así lo habría querido su padre. Era un soldado del Ejército del Emperador Napoleón. Y estaba orgulloso de ello.
                            Los ingleses no lo entendían. Parecían vivir en otro mundo. Como aislados de la realidad...
                           No se arrepentía porque había escogido su camino. Quería un mundo justo. Por eso, estaba combatiendo.
                            La herida le quemaba. Estuvo corriendo durante mucho rato. Se escondió. Oía los pasos de aquella pareja de soldados ingleses. Le estaban persiguiendo.
                           Tropezó varias veces. Cayó al suelo. Se levantó. Pero volvía a caer.
                           Hacía meses que no veía a Nancy y la añoraba.
                           Ya casi no podía ver el adorable rostro de Nancy. Sabía que su destino estaba escrito en alguna parte. Pero se rebelaba.
                          No quería morir sin ver una vez más a Nancy. No quería morir sin conocer a su hijo.
                          Desde que la conoció, le llamó la atención.
                          Intentó no cerrar los ojos y quedarse dormido. Sabía que si cerraba los ojos, no los volvería a abrir. Y tenía que regresar junto a Nancy.
                          Su respiración se volvió agitada. Volvió a toser y a escupir sangre.


viernes, 6 de marzo de 2015

LLAMANDO A LAS PUERTAS DEL CIELO

Hola a todos.
Aquí os traigo uno de mis relatos completos.
Es un cuento corto, que está dividido en partes. Está lleno de sentimiento y tiene algo de romanticismo, pero es un relato más bien dramático.
Le he puesto el título de Llamando a las puertas del Cielo porque lo que cuenta es precisamente eso. La historia de un joven que está agonizando.
No es nada alegre, sino todo lo contrario.

ISLA DE BURHOU, EN EL CANAL DE LA MANCHA, 1811

                           Debió de haber sido un día de celebración. 
                           Sin embargo, el silencio reinaba en la casa. En la planta superior, una joven acababa de dar a luz a un niño. 
                            Judith Eperay no podía parar de llorar. Sujetaba entre sus brazos el cuerpo sin vida de su nieto recién nacido. Era el único hijo de su único hijo, Antoine. 
                            ¡Sólo Dios sabía cuándo regresaría Antoine! Cuando se marchó, el vientre de su esposa estaba plano. ¿Cómo le voy a decir que su hijo ha nacido sin vida?, se lamentaba Judith. La esposa de Antoine se debatía entre la vida y la muerte. 
                            Nancy no paraba de sangrar. Parecía estar dispuesta a tirar la toalla tras saber que su hijo había nacido muerto. 
-El sacerdote está aquí, señora-le indicó una criada-El niño ha de ser bautizado. 
-¿Para qué va a ser bautizado?-le preguntó Judith, que estaba como ida. 
-Necesita ser purificado, señora. Y debe de tener un nombre. Entréguemelo. 
                          Judith estaba sentada en el suelo, con la mirada perdida. 
                          Recordó cuándo Antoine se marchó al frente. 
                          Nancy salió a despedirle. Judith, en cambio, se encerró en su habitación. 
-Volveré antes de que nazca nuestro hijo-le prometió Antoine a su esposa. 
-Te quiero mucho-le aseguró Nancy. 
                          Los dos se fundieron en un beso largo y cargado de desesperación. 
                          Llevaban casados dos años. 
                          La familia de Nancy era una de las familias más ricas de todo el archipiélago del Canal de La Mancha. 
                           Tenían una casita en la isla de Burhou. Pasaban allí largas temporadas. Con el paso del tiempo, los destinos de Antoine y Nancy se cruzaron. 
                            Fue una unión desigual. 
                            Judith había sido abandonada al nacer en el jardín de una de las casas de una de las familias más prósperas de la región de Bretaña. Charles, su marido, se había criado en un orfanato. Judith siempre supo que no pertenecía a aquella familia. A pesar de que era bien cuidada, siempre supo que era una expósita. Por ese motivo, se enamoró de Charles. Había entrado a trabajar como criado para la familia adoptiva de Judith. 
                            Era igual que ella. 
                            Antoine fue el fruto de aquel amor. Judith se escapó con Charles cuando supo que Antoine iba a nacer. 
                              A escondidas, en la playa, Antoine y Nancy se besaron de manera apasionada. Se abrazaron con fuerza. El uno se perdía en los brazos del otro. Llenaban de besos el rostro del otro. 
                             Finalmente, Nancy se escapó con Charles. No quería vivir sin él. Y se casaron. 
                             Nancy había sufrido un aborto menos de un año después de la boda. 
                             Aquel bebé era muy querido por ellos. Un sollozo brotó de la garganta de Judith. Ni siquiera se dio cuenta de que la criada le había quitado de los brazos al bebé. 
                            No era un bebé. Era una masa deforme, manchada de sangre y amoratada. No podía ser aquel ser el hijo de Antoine y de Nancy.