viernes, 10 de octubre de 2014

BODA POR AMOR

Hola a todos.
Hoy, empiezo a subir y de manera diaria (al menos, ésa es mi intención) mi relato Boda por amor. 
Deseo de corazón que os guste y que disfrutéis de él.

-No sé qué estamos haciendo aquí-protestó lady Karen mientras contemplaba las ruinas de un antiguo monasterio-¡El niño ya está muerto! Se supone que podemos regresar a Londres. La gente ya no hablará de nosotras nunca más mal.
                          Había aceptado salir a dar un paseo con su prima Susan.
-No me apetece regresar a Londres-replicó la joven.
-Todavía hay esperanzas para ti, querida-opinó Karen-De las tres, todavía eres virgen. Mi tío puede buscarte un marido.
-No me apetece casarme.
                           Lady Susan Knight-Birdwell era la hija menor del conde de Derby.
                          Su hermana mayor, lady Melinda, había sido exiliada a la isla de Piel. Una isla pequeña en la que vivían pocas personas situada en el condado de Cumbria.
                           Melinda iba camino de convertirse en una solterona. Había estado en sociedad durante la friolera de ocho temporadas sin aceptar ninguna de las propuestas de matrimonio que le ofrecieron. Karen tuvo que ayudar a su prima cuando ésta se quedó embarazada sin estar casada. Durante los primeros meses de gestación, Melinda pasó el embarazo encerrada en casa. Se lo confió a su prima, la cual aceptó ayudarla, pese a que estaba viviendo su propia historia de amor. Jamás se le ocurrió imaginar que podría acabar como Melinda. En aquel aspecto, Karen tuvo suerte.
                             Entre las dos, ensancharon la cintura de todos los vestidos de Melinda. De aquel modo, el embarazo pudo pasar desapercibido.
                              Pero la doncella que compartían Melinda, Susan y Karen informó a lady Derby de que su hija mayor ya no manchaba paños con su menstruación desde hacía cinco meses. Aquella doncella era una auténtica cotilla.
                              Y, por supuesto, lord Derby no tardó en enterarse. El escándalo que se originó fue memorable.
                             Susan todavía escuchaba los gritos que profirió aquella aciaga tarde su padre. El interrogatorio al que Melinda fue sometida para averiguar la identidad del padre del hijo que esperaba fue durísimo. Pero Melinda guardó silencio.
                              Karen se dio cuenta de que estaba sudando. Pero, al mismo tiempo, sentía frío.
                              Era una sensación de incomodidad familiar la que le embargaba cuando estaba cerca de Susan.
-¿Tú sabes algo acerca de la paternidad de tu sobrino?-quiso saber Karen-Mel nunca me ha contado quién la embarazó. A lo mejor...
-A mí tampoco me ha contado nada-contestó Susan.
                             Se arrepentía de haber aceptado salir a dar un paseo con su prima.
-De todos modos, Mel tendría que sentirse aliviada-opinó Karen.
-Ha perdido a su único hijo-le recordó Susan, espantada.
-¡Pero ese niño era un incordio para ella! No soy quién para juzgar los designios de Dios. Pero...
-¡Sigue hablando y te abofeteo! Llevo dos años deseando abofetearte. ¡No eres quién para hablar mal de mi hermana!
                             Pero Susan no quería discutir con su prima.
-Estás todavía furiosa por lo de Terence-observó Karen con amargura-Fue mío. Pero no volverá a ser mío nunca más.
                             La noticia del embarazo de Melinda se extendió por todo el lujoso barrio de Mayfair, donde vivía el conde de Derby con su familia. El escándalo fue mayúsculo. Melinda, Susan y Karen abandonaron de madrugada el barrio.
                             Las enviaron a la isla de Piel donde vivía la anciana tía de lord Derby, lady Sarah Jane Knight-Birdwell. Se trataba de una anciana solterona que tenía setenta y cinco años en aquel entonces. Melinda se hizo pasar por viuda. De aquel modo, ofrecía una imagen respetable a los pocos habitantes de la isla. Por supuesto, su tía abuela sabía la verdad.
                             Era de noche.
                             De manera clandestina, Melinda dio a luz a su hijo ilegítimo.
                             Habían pasado dos años desde aquel día.
                             Se rumoreaba que el padre del hijo de Melinda era uno de los numerosos libertinos que abundaban en Londres. Sin embargo, nadie quería asumir la paternidad de aquel pequeño.
                             Una vez que tuvo a su hijo en brazos, Melinda se olvidó de todo. Se volcó de lleno en el cuidado de aquel niño. Contó con la ayuda inestimable de su hermana menor, de Susan. Pero su prima Karen parecía vivir ajena a aquel niño.
                             Melinda colocó la cuna en la que iba a dormir su pequeño junto a su cama. Era ella la que le daba de mamar. La que le sacaba a pasear por la isla. Se sentía orgullosa de él. Por supuesto, su hijo iría a estudiar a Harrow. De allí, pasaría a estudiar a Eton.
                              El pequeño Francis, como le llamó, era toda su vida.
                              Y Susan llegó a adorar a aquel pequeño.



                 Karen estaba furiosa con su tío. Pero sólo Susan conocía los motivos de aquella rabia. Prefería guardar silencio. También ella estaba dolida. Pero estaba dolida con Karen.
                  Susan no quería pensar en casarse. Por aquel motivo, decidió volcarse en el cuidado de su sobrino Francis.
                   Entre Melinda y ella, le enseñaron a hablar. El niño balbuceaba sus primeras palabras. Y ellas le escuchaban con arrobo.
                    Le enseñaron a caminar. Francis empezó a dar sus primeros pasos él solo antes de cumplir su primer año de vida. Y tanto su madre como su tía materna lo celebraron.
                    Melinda y Susan se tiraban en el suelo para jugar con él. La tía Sarah Jane se quejaba de lo molesto que era aquel niño. Pero tanto Melinda como Susan la ignoraban. Sólo tenían ojos para el pequeño Francis.
                   La tía Sarah Jane falleció meses después del nacimiento de Francis. Legó su casa a sus tres sobrinas nietas, es decir, a Melinda, a Karen y a Susan. De modo que las tres jóvenes pudieron quedarse allí. Lo agradecieron. Aunque, en su fuero interno, Karen deseaba regresar a Londres.              
                 Sin embargo, la desgracia volvió a cebarse sobre Melinda. Semanas después del primer cumpleaños del pequeño Francis, el niño moría. Un día, despertó con una fiebre muy alta.
                       El médico hizo todo lo posible por salvarle la vida al niño. Sin embargo, a pesar de todo, Francis fallecía dos días después. Además de la fiebre, el niño sufría vómitos y diarrea. No se pudo hacer nada por salvarle la vida.
                        Desde que regresó del cementerio de enterrar a su hijo, Melinda estaba en estado catatónico. Casi no hablaba. Casi no comía. Lo único que hacía era llorar.
                       Había pasado un año desde aquel día.

2 comentarios:

  1. Uy pobre Melinda, sigue con esta triste historia

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    1. Hola Citu.
      El inicio es bastante triste. Pero, como siempre, ha un poso para la esperanza.
      Deseo que te guste todo lo que está por venir.
      Un fuerte abrazo.

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