Aquí os traigo un fragmento de la novela Recuerdos prestados, de la autora irlandesa Cecelia Ahern, famosa por la preciosa novela (y su preciosa adaptación al cine) Posdata: Te quiero.
Cecelia nos cuenta una historia de amor en esta novela. Pero no sólo nos cuenta la tópica y típica historia de amor entre dos personas que se conocen y se enamoran. ¡No!
Habla de personas. Habla de sentimientos. Habla de amistad. Habla de personas normales y corrientes que sufren y lo pasan mal. Pero también sacan fuerzas de algún sitio para salir adelante.
Joyce, la protagonista, es una mujer casada que está embarazada. Sin embargo, pierde el bebé que esperaba en un accidente y el aborto le ocasiona una hemorragia que está a punto de matarla. Justin es un hombre divorciado y padre de una hija que sólo busca tontear un poco con una doctora. Ésta le convence para que done sangre y él acepta pensando en tener una aventura con ella. La sangre que dona Justin la recibe Joyce. Cuando la mujer se recupera, se enfrenta a que su matrimonio es un fracaso. Se divorcia de su marido y se va a vivir con su padre. Una noche, Justin y Joyce se conocen. Desde que recibió la transfusión, Joyce ha desarrollado un gusto por el arte hasta entonces desconocido (Justin es profesor de Historia del Arte en la Universidad). También empieza a tener sueños y recuerdos relacionados con su donante.
Él se siente atraído por ella, no sólo porque sea la mujer que recibió su sangre. Es algo más. Es una historia dramática, pero, al mismo tiempo, llena de esperanza. Una historia donde todos los personajes desprenden humanidad por todos los poros. Es una historia moderna y actual que transcurre en la Irlanda de hoy en día.
Pero también es una historia donde todos los personajes, tanto la pareja protagonista como los secundarios tienen algo que decir.
Cada personaje tiene su propio drama. Su propia tragedia cotidiana...Y ello les convierte en seres reales. Como nosotros...
Aquí os dejo con un precioso fragmento de esta maravillosa novela:
Las lágrimas me resbalan de los ojos y me bajan por las mejillas hinchadas, que me duelen de tanto reír, y las aprieto con las manos para parar. Se me ocurre pensar en lo cercanas que están la alegría y la pena. Tan estrechamente ligadas, separadas por una línea muy fina, una divisoria como un hilo que en medio de las emociones tiembla, desdibujando el lindero entre territorios opuestos. El movimiento es minúsculo, como el de un hilo de telaraña que cimbrea por una gota de lluvia. Ahora mismo, en este momento de imparable risa que me hace daño en las mejillas y el vientre, revoleándome en la cama, con un nudo en el estómago y los músculos tensos, mi cuerpo se convulsiona y por consiguiente traspasa aunque sea un poco la frontera de la tristeza. Lágrimas de tristeza me corren por las mejillas mientras la barriga sigue convulsionándose y doliéndome de felicidad.
Pienso en Conor y yo; qué rápido se borra un instante de amor para dar pie a un instante de odio. Basta con un comentario para que todo cambie en el acto. Pienso en cómo el amor y la guerra se sostienen sobre los mismos cimientos. En cómo los momentos más oscuros, los momentos de más miedo, se convierten en los de más valentía si me enfrento a ellos. Cuando te sientes más débil que nunca terminas demostrando más fuerza, cuando estás en lo más bajo de repente subes más alto de lo que jamás has estado. Esos opuestos son colindantes y es muy fácil alterarlos. La desesperación puede alterarse por una simple sonrisa de un desconocido; la confianza puede convertirse en miedo por la llegada de una presencia molesta.
Portada de Recuerdos Prestados, de Cecelia Ahern.