Hola a todos.
Cada día que pasa se acerca más y más la fecha de la boda entre Stella y Edmund.
La joven comparte sus miedos con su mejor amiga, Samantha.
Las visitas de Samantha eran la única cosa que calmaban los nervios de Stella.
Tomar el té en el jardín con su mejor amiga y su confidente aquella tarde era para Stella algo que le permitía olvidarse de su futura boda. Tenía demasiadas cosas en la cabeza.
Sus padres habían empezado a elaborar la lista de invitados. Stella era hija única de los vizcondes de Carson. Su dote era muy elevada. Y era un trofeo a conseguir entre los adinerados caballeros ingleses que vivían en la colonia. Pero ninguno había llamado su atención.
Había saludado con cariño a Samantha. La había besado en las mejillas. Le había sonreído. Samantha era una joven muy guapa, con el cabello rizado de color miel.
A pesar de que las dos jóvenes tenían la misma edad, Samantha solía vestir con colores más apagados, ya que estaba dejando atrás el luto por la muerte de su prometido.
-Me alegro de que estés empezando a salir a la calle y que vengas a visitarme-dijo Stella-No se te ve ya por los "burra khanas". Ya ha pasado año y medio desde que murió Gabriel. Deberías de empezar a abandonar el luto de manera definitiva. ¿Lo has pensado bien? Eres joven. Eres muy bella.
-Todavía no consigo hacerme a la idea de que Gabriel haya muerto-suspiró Samantha-En ocasiones, me digo a mí misma que está vivo en algún lugar. Pero el mar se encargó de devolver su cuerpo tras aquel naufragio.
-Entiendo que estés destrozada. No sé si yo podría recuperarme de estar en tu situación. Y no sé si me hallaré en tu situación algún día.
Cogió un bollo que había en la bandeja. Se obligaba así misma a comer.
Le dio un mordisco a aquel bollo. Samantha removió su taza de té. Las dos amigas se estaban enfrentando a problemas muy dispares.
Samantha se había convertido en el principal desahogo de Stella. La joven le contaba sus preocupaciones. Iba a casarse y estaba empezando a sentir algo muy fuerte por Edmund.
-Eso me parece maravilloso-le aseguró Samantha.
-Puede que Edmund no sienta lo mismo por mí-se lamentó Stella-No sé cómo he llegado a enamorarme de él. Pero siento que me he enamorado de él.
-¿Se lo has contado?
-No sé cómo contárselo.
Stella había intentado hablar con sus padres acerca de las dudas que sentía ante la cercanía de su boda, pero no había tenido ningún éxito.
-Lo que te pasa es que estás nerviosa, hija-le aseguró lady Carson.
La conversación la mantuvieron a la hora del desayuno y Stella notó que su taza de café temblaba cuando la cogió con su mano para beber un sorbo. Su madre le prometió que le contaría todo lo referente a la noche de bodas más adelante.
Samantha sabía que a Stella no le costaría nada enamorar a su futuro marido si se lo proponía, pero la detenía el miedo. Miedo...Stella sentía miedo a no ser amada.
Siempre había sido una joven de carácter alegre. Sus ojos de color gris tenían un brillo alegre. Y su cabello era oscuro y rizado de forma natural. Su carácter era extrovertido y todo aquel conjunto habían llamado la atención de sir Edmund Templewood.
-Podríamos escaparnos las dos a Inglaterra y vivir como dos humildes solteronas durante el resto de nuestras vidas-sugirió Samantha.
La joven era la hija menor de un baronet. Por lo general, los padres de Samantha no se movían en el mismo círculo social que los vizcondes de Carson.
Stella había logrado conseguir información acerca de sir Edmund Templewood y sus padres le dijeron que era un buen partido. Era también un baronet. Pero era un baronet muy rico. Por suerte, era también joven.
Samantha bebió un sorbo de su taza de té.
-Mamá nunca ha pensado en mandarme a Londres-le contó Stella-Ella desea que me quede aquí, en Quibble y que sea enterrada en el cementerio. Me disgusta vivir cerca de un cementerio. Me da mala sensación. No sé. Dirás que estoy loca. O que soy una supersticiosa. Es verdad. Soy las dos cosas. O que soy una histérica. También es verdad.
-Yo pienso que eres una novia muy nerviosa-sonrió Samantha.
-Hasta donde tengo entendido, Edmund ha llevado una vida irreprochable. No tiene una larga lista de amantes, como tienen otros hombres. Prefiero que mi marido no tenga experiencia. Así, evito que me contagie la gonorrea en nuestra noche de bodas.
-Si tu madre te oye hablar de ese modo, dudo que deje que te cases porque te encerrará en un convento de por vida.
Edmund me besó, pensó Stella.
No se atrevía a contárselo a Samantha. A lo mejor, su amiga no lo entendía.
Edmund acudió a visitarla la tarde antes. Traía un ramo de rosas rojas, las flores favoritas de Stella. La criada que iba a hacer de carabina fue a buscar un jarrón vacío para llenarlo con agua.
-Es usted muy amable, señor-le aseguró Stella.
Tomaron asiento en el sofá.
-Pero no ha debido de hacerlo-prosiguió Stella-Me envía muchos ramos de flores.
-Usted parece una flor más-le aseguró Edmund.
Creía que Stella era una rosa cuando la vio por primera vez.
-No creo que hable en serio-sonrió la joven.
-¿Por qué lo dice?-la interrogó Edmund.
-Todavía no sé lo que ha visto en mí. ¿Podría explicármelo? Se va a casar conmigo.
Edmund no contestó. Lo único que Stella podía recordar era que los labios de Edmund se habían posado sobre sus labios.
La llegada de la criada con el jarrón lleno de agua provocó que se separaran. Pero Stella todavía sentía los labios de Edmund sobre sus labios.
Tiene que significar algo, pensó. ¿Qué vio en mí?
Uy uno siempre es inseguro cuando se trata de amor : Me cae bien Stella, te mando un beso
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