lunes, 30 de junio de 2014

LA CHICA DE LOS OJOS GRISES

Hola a todos.
Cada día que pasa se acerca más y más la fecha de la boda entre Stella y Edmund.
La joven comparte sus miedos con su mejor amiga, Samantha.

                              Las visitas de Samantha eran la única cosa que calmaban los nervios de Stella.
                             Tomar el té en el jardín con su mejor amiga y su confidente aquella tarde era para Stella algo que le permitía olvidarse de su futura boda. Tenía demasiadas cosas en la cabeza.
                             Sus padres habían empezado a elaborar la lista de invitados. Stella era hija única de los vizcondes de Carson. Su dote era muy elevada. Y era un trofeo a conseguir entre los adinerados caballeros ingleses que vivían en la colonia. Pero ninguno había llamado su atención.
                           Había saludado con cariño a Samantha. La había besado en las mejillas. Le había sonreído. Samantha era una joven muy guapa, con el cabello rizado de color miel.
                           A pesar de que las dos jóvenes tenían la misma edad, Samantha solía vestir con colores más apagados, ya que estaba dejando atrás el luto por la muerte de su prometido.
-Me alegro de que estés empezando a salir a la calle y que vengas a visitarme-dijo Stella-No se te ve ya por los "burra khanas". Ya ha pasado año y medio desde que murió Gabriel. Deberías de empezar a abandonar el luto de manera definitiva. ¿Lo has pensado bien? Eres joven. Eres muy bella.
-Todavía no consigo hacerme a la idea de que Gabriel haya muerto-suspiró Samantha-En ocasiones, me digo a mí misma que está vivo en algún lugar. Pero el mar se encargó de devolver su cuerpo tras aquel naufragio.
-Entiendo que estés destrozada. No sé si yo podría recuperarme de estar en tu situación. Y no sé si me hallaré en tu situación algún día.
                            Cogió un bollo que había en la bandeja. Se obligaba así misma a comer.
                            Le dio un mordisco a aquel bollo. Samantha removió su taza de té. Las dos amigas se estaban enfrentando a problemas muy dispares.
                           Samantha se había convertido en el principal desahogo de Stella. La joven le contaba sus preocupaciones. Iba a casarse y estaba empezando a sentir algo muy fuerte por Edmund.
-Eso me parece maravilloso-le aseguró Samantha.
-Puede que Edmund no sienta lo mismo por mí-se lamentó Stella-No sé cómo he llegado a enamorarme de él. Pero siento que me he enamorado de él.
-¿Se lo has contado?
-No sé cómo contárselo.
                        Stella había intentado hablar con sus padres acerca de las dudas que sentía ante la cercanía de su boda, pero no había tenido ningún éxito.
-Lo que te pasa es que estás nerviosa, hija-le aseguró lady Carson.
                             La conversación la mantuvieron a la hora del desayuno y Stella notó que su taza de café temblaba cuando la cogió con su mano para beber un sorbo. Su madre le prometió que le contaría todo lo referente a la noche de bodas más adelante.
                           Samantha sabía que a Stella no le costaría nada enamorar a su futuro marido si se lo proponía, pero la detenía el miedo. Miedo...Stella sentía miedo a no ser amada.
                           Siempre había sido una joven de carácter alegre. Sus ojos de color gris tenían un brillo alegre. Y su cabello era oscuro y rizado de forma natural. Su carácter era extrovertido y todo aquel conjunto habían llamado la atención de sir Edmund Templewood.
-Podríamos escaparnos las dos a Inglaterra y vivir como dos humildes solteronas durante el resto de nuestras vidas-sugirió Samantha.
                         La joven era la hija menor de un baronet. Por lo general, los padres de Samantha no se movían en el mismo círculo social que los vizcondes de Carson.
                        Stella había logrado conseguir información acerca de sir Edmund Templewood y sus padres le dijeron que era un buen partido. Era también un baronet. Pero era un baronet muy rico. Por suerte, era también joven.
                        Samantha bebió un sorbo de su taza de té.
-Mamá nunca ha pensado en mandarme a Londres-le contó Stella-Ella desea que me quede aquí, en Quibble y que sea enterrada en el cementerio. Me disgusta vivir cerca de un cementerio. Me da mala sensación. No sé. Dirás que estoy loca. O que soy una supersticiosa. Es verdad. Soy las dos cosas. O que soy una histérica. También es verdad.
-Yo pienso que eres una novia muy nerviosa-sonrió Samantha.
-Hasta donde tengo entendido, Edmund ha llevado una vida irreprochable. No tiene una larga lista de amantes, como tienen otros hombres. Prefiero que mi marido no tenga experiencia. Así, evito que me contagie la gonorrea en nuestra noche de bodas.
-Si tu madre te oye hablar de ese modo, dudo que deje que te cases porque te encerrará en un convento de por vida.
                          Edmund me besó, pensó Stella.
                         No se atrevía a contárselo a Samantha. A lo mejor, su amiga no lo entendía.
                          Edmund acudió a visitarla la tarde antes. Traía un ramo de rosas rojas, las flores favoritas de Stella. La criada que iba a hacer de carabina fue a buscar un jarrón vacío para llenarlo con agua.
-Es usted muy amable, señor-le aseguró Stella.
                           Tomaron asiento en el sofá.
-Pero no ha debido de hacerlo-prosiguió Stella-Me envía muchos ramos de flores.
-Usted parece una flor más-le aseguró Edmund.
                         Creía que Stella era una rosa cuando la vio por primera vez.
-No creo que hable en serio-sonrió la joven.

 

-¿Por qué lo dice?-la interrogó Edmund.
-Todavía no sé lo que ha visto en mí. ¿Podría explicármelo? Se va a casar conmigo.
                         Edmund no contestó. Lo único que Stella podía recordar era que los labios de Edmund se habían posado sobre sus labios.
                          La llegada de la criada con el jarrón lleno de agua provocó que se separaran. Pero Stella todavía sentía los labios de Edmund sobre sus labios.
                          Tiene que significar algo, pensó. ¿Qué vio en mí?

domingo, 29 de junio de 2014

LA CHICA DE LOS OJOS GRISES

Hola a todos.
Aquí os traigo la segunda parte de mi relato La chica de los ojos grises. 
Espero que os esté gustando.

                                  Ya se había puesto fecha a la boda. Stella sentía que su propia casa se había convertido en una cárcel. Llevaba su cabello de color negro recogido en un moño.
                                 Sus paseos por la orilla del río eran su válvula de escape.
                                 Pero no estaba sola en aquellos paseos.
                                 Edmund insistía en acompañarla. Y ella tenía que ceder.
                                 Por supuesto, no se encontraban nunca solos. La doncella hindú que tenía Stella hacía las veces de carabina.
                                  Edmund se sentía atraído por Stella desde que la vio por primera vez. Tenía la sensación de que había algo en ella que la hacía distinta. Lo que más le llamaba la atención eran sus ojos. Eran unos ojos de un color gris intenso. Al posar la vista en él, Stella parecía querer conocerlo todo acerca de su persona.
-Usted nunca baja la vista cuando la miro-observó Edmund durante uno de aquellos paseos.
-Entonces, piensa usted que soy una fresca-opinó Stella.
-Opino que es usted una persona directa. Y eso me gusta.
-Las personas directas suelen disgustar a los demás, señor.
                               Stella pensaba en todo eso mientras daba cuenta de una taza de té en el jardín en compañía de Samantha.
-¿Es verdad que ya está listo tu vestido de novia?-le preguntó su amiga.
-La modista ha terminado de confeccionarlo esta mañana-respondió Stella-Vendrá a probármelo esta tarde.
-¡Qué emocionante! Debes de estar muy contenta.
-Casi preferiría no tener que pensar en lo que me espera.
-¡Pero se trata de tu boda! Yo estaría hecha un manojo de nervios.
-Faltan semanas para que ese espantoso día llegue.
                          Y eso no era lo malo. Edmund se estaba tomando algunas libertades con ella. Le besaba en la mano a modo de cortesía. Pero también se atrevía a besarla en la mejilla.
-Debe de ser terrible-ironizó Samantha.
                           Stella hizo un mohín de disgusto. Su madre insistía en querer contarle lo que ocurría entre un hombre y una mujer. Y ella no quería saber nada de eso. Le asqueaba.
-Es lo normal-afirmó Samantha-Te vas a casar.



Lamento mucho no haber subido todo el trozo de golpe, pero voy a salir a dar un paseo.
Muchas gracias por leerme y por comentar. Y gracias de corazón por estar ahí.
Un fuerte abrazo a todos.

sábado, 28 de junio de 2014

LA CHICA DE LOS OJOS GRISES

Hola a todos.
Hoy, os traigo un nuevo one-shot de Olivia y Jai. 
Seguimos centrados en la figura de lady Stella Templewood, la madre de sir Joshua y abuela de Estelle y de Jai.
En este fanfic, la acción transcurre en el año 1800.
Está dividido en dos partes. Mañana, si puedo, subiré la segunda y última parte.
He imaginado que lady Stella se casaba en este año. Y es que todo parte con la boda de lady Stella, cuando es una joven en edad casadera.
¡Vamos a ver lo que pasa!

LA CHICA DE LOS OJOS GRISES

ISLA QUIBBLE, EN EL ESTADO DE TAMIL NADU, LA INDIA, 1800

                         Stella estaba muy nerviosa. 
                         Así se lo comentó a su buena amiga Samantha Marcer mientras daban un paseo. 
                         Samantha sonrió para sus adentros. En unos pocos días, Stella sería una mujer casada. Sus nervios estaban más que justificados. Iba a casarse con sir Edmund Templewood. 
                          Samantha le enumeró las numerosas virtudes que poseía su futuro marido. Stella bufó de un modo nada apropiado en una dama. Samantha se echó a reír. 
-Ten cuidado, Stella-le advirtió-Si tu madre te ve bufando, te enviará a un convento. 
-No sé si estoy haciendo lo correcto-admitió la joven. 
-Te gusta. No me lo niegues. 
                        Stella tuvo que admitir para sus adentros que sir Edmund le gustaba mucho. Pero ignoraba lo que él sentía por ella. 
                         Hacía unas semanas que conocía a su futuro marido. Solía visitarla con frecuencia. Permanecían en el jardín paseando y hablando. Una silenciosa carabina, en realidad, una de las criadas hindúes de los padres de Stella, iba detrás de ellos. 
-Hace un día soleado-comentó Edmund en una ocasión. 
-Se ha alejado el monzón-le recordó Stella. 
                      En realidad, no hablaban de gran cosa. Hablaban del tiempo. 
                      Hablaban de caballos. A Stella no le gustaba montar a caballo. 
                     Hablaban de los sermones que escuchaban los domingos en la Misa. Se trataban con cortesía. Pero Stella sentía que no podía casarse con Edmund. Era un desconocido para ella. 
                       Su opinión no le importaba a nadie. Sus padres habían tomado una decisión. Stella siempre había sido una hija obediente. A pesar de su carácter alegre...Acabaría obedeciendo a sus padres. 
-Podrías fugarte-le sugirió Samantha. 
-¿Y adónde iría?-le preguntó Stella. 
-Podrías irte a Inglaterra. 
-Nunca he estado en Inglaterra. 
                      Las dos amigas guardaron silencio. 


                            Stella se percató de que estaba empezando a anochecer.
                           No le apetecía nada regresar a su casa. Sus padres empezarían a hablarle de los preparativos de la boda. Lo último que quería era pensar en cómo sería su vestido de novia. Y, encima, una modista iba a acudir al día siguiente a tomarle medidas. 
                         Samantha sonrió. 
-Eres muy dichosa por casarte-le aseguró. 

                         Stella salió a dar un paseo al día siguiente por la orilla del río Adyar. Reflexionaba sobre la sugerencia que le había hecho Samantha el día antes. Huir de Quibble. Irse a Inglaterra. De ser tan atrevida como lo era Samantha, Stella se habría escapado de casa. No quería pensar en su futura boda con Edmund. 
-Buenas tardes...-oyó una voz que la saludaba-Celebro verla. 
-Buenas tardes...-le devolvió el saludo Stella. 
                          Edmund se estaba acercando a ella. Se hizo el silencio entre ambos. Stella contempló cómo el agua bajaba por el cauce del río Adyar. 
-Es un espectáculo realmente impresionante ver cómo baja el agua-comentó Edmund. 
                         Stella lo miró sorprendida. Le gustaba ver cómo bajaba el agua del río. El sonido que hacía se parecía mucho a la música. A una música dulce...
-Me sorprende que piense así-afirmó Stella. 
                           Edmund le sonrió con amabilidad. 
-Hay muchas cosas de mí que no conoce, señorita-le aseguró en tono pícaro. 

jueves, 26 de junio de 2014

JOHN DONNE

Hola a todos.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros una frase del poeta inglés John Donne.
Esta sentencia da título a una de las mejores (para mí) novelas del genial escritor Ernest Heminghway, Por quién doblan las campanas. 
John Donne es un poeta metafísico que vivió entre los siglo XVI y XVII en Inglaterra.
Tradujo la obra de Ovidio Amores. 
Entre sus obras incluyen sermones, poemas religiosos, poemas amorosos, elegías y epigramas. Las metáforas abundan mucho en sus poemas, que invitan a la reflexión.
Os dejo con esta cita:

Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra.; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.



 Dibujo que representa al poeta John Donne. 

sábado, 7 de junio de 2014

LA SERPIENTE Y LA LIMA

Hola a todos. 
Hoy, os dejo con una fábula del escritor español del siglo XVIII Félix María de Samaniego. 
Una fábula es un poema que tiene como protagonistas a animales que hablar e interactúan entre sí. Por lo general, las fábulas dan lecciones cargadas de moralina, pero también pueden hacer una aguda crítica de su tiempo. 
En este caso, la fábula que hoy os traigo se llama La serpiente y la lima. 

En lo interior del África buscaba
cierto joven viajero
un pueblo en que a todos se hospedaba
sin que diesen dinero;
y con esta noticia que tenía
se dejó atrás un día
un equipaje y criado,
y,yendo apresurado,
sediento y calurosos,
llegó a un bosque frondoso,
de palmas,cuyas sendas mal holladas
sus pasos condujeron
al pie de unas murallas elevadas
donde sus ojos con placer leyeron,
en diversos idiomas esculpido.
En casa de un cerrajero
entró la Serpiente un día,
y la insensata mordía
en una Lima de acero.
Díjole la Lima:"El mal,
necia,será para ti;
¿cómo has de hacer mella en mí,
que hago polvos el metal?"
Quien pretende sin razón
al más fuerte derribar,
no consigue sino dar

coces entre el aguijón.

viernes, 6 de junio de 2014

DULCE FILIS, SI ME ESPERAS

Hola a todos.
Hoy, os traigo este precioso poema que el gran poeta y autor de comedias Félix Lope de Vega, todo un monstruo de las letras que vivió en pleno Siglo de Oro de la Literatura Española (siglo XVI-siglo XVII).
Lope de Vega, además de su talento innato para componer los mejores versos y para escribir comedias y dramas que trataban sobre los temas de su tiempo (principalmente, la defensa de la honra), era un mujeriego incorregible.
Tuvo amoríos con numerosas mujeres, a las que dedicó numerosos poemas.
Elena Osorio era una conocida actriz de su tiempo e hija de un comediógrafo. Elena y Lope de Vega vivieron una tormentosa relación que fue la comidilla de su tiempo.
Lope de Vega empezó a escribirle versos que hablaban de su relación amorosa y empezó a llamarla en esos versos Filis. Fue una relación que terminó mal porque Elena se casó con otro hombre, Francisco Perrenot de Granvela. Entonces, los versos que empezó a dedicarle Lope a Elena estaban cargados de resentimiento y de despecho en un intento por vengarse de la mujer que quiso tanto y que lo había abandonado. El marido y el padre de Elena acabaron denunciándole y la situación llegó a los tribunales. Al final, fue desterrado durante ocho años de la Corte y pasó dos años alejado del Reino de Castilla.
De haber ocurrido a día de hoy, habría sido carne de cañón para los programas de cotilleo.
Aunque la soledad de Lope no duraría mucho. Su segundo gran amor fue Isabel de Alderete y Urbina, hija del pintor de la Corte Diego de Urbina.
Espero que os guste este poema dedicado a esta mujer a la que amó tanto y cuya ruptura fue el escándalo de su tiempo:

Dulce Filis, si me esperas,
de favor has de ir mudando,
que es mucho para burlando,
y poco para de veras.
Si fías en mis amores,
pon en sus llamas sosiego,
y si burlas de mi fuego,
no le atices con favores.
No es bien que encenderme quieras
sin favor de cuando en cuando,
que es mucho para burlando,
y poco para de veras.
A las del infierno ardiendo
es mi pena semejante,
que con el manjar delante
estoy de hambre muriendo.
Con tu esperar desesperas,
pues el favor que vas dando,
es mucho para burlando,
y poco para de veras.
Si mandas, ¿por qué no das?
si lo has de dar, dalo junto,
y si junto, dalo a punto,
y si no, no mandes más.
No es bien que engañarme quieras
con favor de cuando en cuando,
que es mucho para burlando,
y poco para de veras.




Los actores Alberto Ammann y Pilar López de Vega encarnaron en la película Lope, acerca de la vida del genial autor a Lope de Vega y a Elena Osorio respectivamente. 

domingo, 1 de junio de 2014

MI FIEL COMPAÑERO

Hola a todos.
Debe de ser éste el único de mis blogs en el que no he subido ninguna de mis historias.
Eso va a cambiar.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros este one shot que he hecho de la novela Olivia y Jai. 
Confieso que esta novela me ha marcado y que me gusta releerla de vez en cuando.
Este one shot está más centrado en la figura de un personaje controvertido de la historia: lady Stella Templewood, la madre de sir Joshua y abuela de Estelle y de Jai.
Lady Stella no aparece directamente, pero sí es mencionada y aparece en varios recuerdos de los personajes. Es definida como una mujer fría y muy déspota, preocupada por el hecho de que su hijo haya engendrado un bastardo mestizo. Le preocupa más el qué dirán que nada en el mundo.
En este one shot, hay algunos cambios. Me imagino una historia de amor imposible entre lady Stella y uno de sus sirvientes hindúes. También hago un cambio en la edad de sir Joshua. En la novela, se nos indica que nació en 1791. He querido que este relato transcurriera en 1810, pero teniendo sir Joshua catorce años. Otro cambio es que he querido que transcurriera en la isla de Willingdon, una isla que se encuentra en el estado de Kerala.
Vamos a ver lo que pasa.
Y espero que os guste.

MI FIEL COMPAÑERO

ISLA WILLINGDON, KOCHI, ESTADO DE KERALA, EN LA INDIA, 1810

                Lady Stella Templewood releyó la carta que acababa de terminar de escribir. Se la dirigía a su hijo Joshua. Tenía ya catorce años. 
                        Desde la muerte de su esposo, Stella vivía sola en aquella isla. Sólo tenía la compañía de sus criados. De vez en cuando, alguna de sus amigas iba a visitarla. Pero no era lo mismo. Cierto era que no había sentido nunca nada cuando su marido la besaba. Pero había estado casada con él. Y le había dado a su querido Joshua. 
                       Su sirviente Achindra entró en el despacho de Stella. La mujer estaba terminando de meter la carta dentro del sobre. Echaba de menos a Joshua. Pero el chico debía de terminar sus estudios en Harrow. Al año siguiente, empezaría a estudiar en Eton. 
-Necesito que vayas al puerto lo antes posible-le pidió a Achindra-Pero quiero que eches esta carta en el barco del correo. 
-Así lo haré, mensahib-le aseguró Achindra. 
-Tengo otras muchas cartas que entregarte. Son para el señorito Joshua. No quiero que mi hijo se queje de que me he olvidado de él. 
-No se preocupe, mensahib. 
-Eres muy amable, Achindra. Te lo agradezco. 
-No tiene que agradecerme nada, mensahib. 
                         Stella abrió el cajón. Sacó un enorme fajo de cartas que estaban atadas con un hilo. Se las tendió a Achindra. Todas aquellas cartas estaban dirigidas a Joshua. Achindra tomó el fajo así como el dineor que le dio Stella. Salió a toda prisa del despacho. 
                        En tiempos, el marido de Stella había ocupado aquel despacho. 

                        A veces, Stella tocaba el piano para nadie en concreto. 
                       De algún modo, pasaba sus horas de soledad. 
                        Intentaba ser amable con la servidumbre. Pero no se atrevía a entablar una relación de amistad con ellos. Aún estando algo alejada de la colonia inglesa, Stella le tenía un terror terrible a protagonizar un escándalo. 
                        Achindra permanecía en un rincón del salón mientras escuchaba a Stella tocar el piano. 
                        Hacía dos años que había llegado a la mansión de los Templewood. Por aquel entonces, el marido de Stella estaba muy enfermo. 
                         Pensaba que la mensahib inglesa era amable en el trato. Pero también había un poso de tristeza en su mirada. 

                         Era ya de noche. 
                         Stella estaba acostada en el sofá leyendo una novela. La chimenea estaba encendida. 
                       Unas mantas tapaban las piernas de Stella. A veces, le asaltaban recuerdos de su vida íntima con su marido. No sentía gran cosa cuando su marido la estrechaba entre sus brazos. Cuando la besaba. O cuando acariciaba su cuerpo por debajo de su camisón. 
                        Achindra entró en el salón. 
                       Encontró a Stella ocupada leyendo. 
                       Al percatarse de que no estaba sola, alzó la mirada. Le dedicó una cordial sonrisa a Achindra. 
                       Aquel hombre callado y solitario se desvivía por ayudarla. Y ella le tenía un gran aprecio. Le estaba muy agradecida por toda la ayuda que le prestaba. 
-Venía a decirle que me retiro a descansar, mensahib-le informó Achindra-Buenas noches...
                       El criado se retiró. Stella volvió a su lectura. Pero le costó trabajo centrarse en lo que estaba leyendo. 
                       Achindra se volvió. Recorrió con la mirada el rostro de Stella. Su figura...Seguía siendo una mujer hermosa, pese a que tenía treinta y dos años. 
                       Llevaba suelto su cabello de color oscuro. Y sus ojos eran del color gris más intenso que Achindra jamás había visto. 
                         Se acercó a ella. Sabía que lo que sentía por aquella mujer era una locura. 
                        Pero sabía perfectamente qué era lo que sentía realmente por lady Stella Templewood. Estaba enamorado de ella. 
                         Lo tenía todo en contra. Lady Stella era la dueña de la casa. Una inglesa rica y blanca...Y él era un simple criado. Era hindú. 
                         Vivían algo alejados de la colonia inglesa de Kochi. Pero estaba convencido de que el escándalo llegaría hasta allí. Lady Stella nunca lo soportaría. 
                         La mujer se percató de que Achindra no se había retirado. Su corazón comenzó a latir muy deprisa. 
                          El criado se sentó en el sofá, a su lado. Stella encogió las piernas. No sabía lo que quería decirle Achindra. 
-¿Ocurre algo?-inquirió. 
-Necesito hablar con usted, mensahib-contestó Achindra-Después, puede echarme de su casa. 
-¿Ha pasado algo? 
-No sé por dónde empezar. 
                            Los labios de Achindra se pegaron a los de Stella. Fue un beso ardiente y apasionado, pero también dulce y tierno, y sobre todo largo, muy largo. Cuando finalmente Achindra logró apartar su boca de la de Stella, la joven estaba ruborizada por la evidente explosión de los sentimientos de su sirviente. Habló mediante gestos. Mediante lo que sentía por aquella mujer. 
                                Estaban cerca, muy cerca. Achindra la rodeó con sus brazos, se inclinó hacia ella y la besó. La estrechó contra su cuerpo, besándola con la boca abierta, acariciando con sus labios los otros labios. Fue un beso largo y apasionado, lleno de ternura, pero también de pasión, como si fuera el último beso que se daban. Achindra nunca creyó que besar a una mujer fuera así. Le gustaba tener a Stella entre sus brazos, deseaba tenerla así siempre. Ese pensamiento hizo que la besara con más ardor que antes.
                           Achindra no pudo resistir  la tentación.  Tomó a Stella entre sus brazos y la besó larga y desesperadamente.
                           Acabaron acostados en el sofá.
                         Achindra recordó el sabor de los labios de Stella, un sabor dulce como la miel recién elaborada o como alguna de las tartas que solía hacer su madre. Pero nada era tan dulce como los besos de Stella.
                                   En opinión de Stella, Achindra besaba muy bien. Divinamente, había dicho en más de una ocasión. El hombre acarició con sus dedos los cabellos de Stella. Los dedos masculinos descendieron por el rostro de la mujer y le puso la mano en la boca. Luego, la tomó entre sus brazos delgados y la atrajo hacia él.
- Vas a besarme nuevamente, ¿no?- inquirió Stella con una sonrisa. Su cuerpo temblaba aquella noche porque notaba a Achindra más cercano a ella- Sí, lo vas a hacer. Te conozco bien, mi leal Achindra, y sé que lo harás.
                            Ella se dio cuenta de que el hombre esperaba que dijera algo acerca de lo que estaba sucediendo entre ellos y pensó:
-¿Qué debo de expresar en estos casos?  Mi institutriz diría que debería de abofetearlo, pero no es la primera vez que me besa así. ¡Qué bien besa Achindra! Me siento a gusto entre sus brazos. Es como si quisiera devorar mis labios con los suyos, pero también me besa con suavidad. Me gusta como me besa. ¡Adoro sus besos! Dice que mi boca sabe a miel, lo mismo que la suya. ¡Qué sabor más rico y más delicioso! 
                        Sólo la había besado su marido. 
-Lo siento mucho-se excusó Achindra. 
-Cuando dos personas están solas, nacen sentimientos entre ellas-admitió Stella-Nacen sentimientos muy fuertes. Y esos sentimientos están por encima de todo. 
-Tengo la sensación de que la haré sufrir. La gente hablará de usted. 
-No me importará. 
                          Stella llevaba puesto su camisón. La ropa de Achindra acabó esparcida por el salón. 
                         Empezó a besarla en el cuello. 
                         Al tiempo que Achindra la abrazaba, la besó apasionadamente. Stella abrió la boca para permitir la entrada de su lengua. Era un beso hambriento, pero también dulce. Las manos de Achindra recorrieron todo su cuerpo por debajo del camisón. 
                               Creyó que el aire se escaparía de sus pulmones cuando el joven comenzó a lamer, en un gesto sensual, su cuello. 
                              Lo estaba viendo desnudo. Nunca había visto desnudo a su marido. Recorrió con sus manos el cuerpo de aquel hombre. Llegó a besarle en el cuello, saboreándole. 
                              Se atrevió a morderle una tetilla. 
                       Stella amoldó su boca a la del joven, abriéndola para él, permitiendo la fuerte entrada de su lengua. Las manos de Achindra se deslizaban por su piel produciéndole violentos temblores. Stella acarició con sus manos la espalda de Achindra. La mano atrevida del hombre se introdujo por debajo del camisón de ella y le acarició un pecho. En su atrevimiento, Achindra llegó a frotar el pulgar contra el pezón. Era una loca, una inconsciente por desear que Achindra siguiera acariciándola así. Las manos del hombre volvieron a su espalda y se deslizaron ahora por su trasero, aferrándolo con fuerza y atrayéndolo hacia su cuerpo excitado.
-Es una locura-afirmó Stella, casi sin aliento. 
                         Había algo que la atraía directamente hacia los brazos de Achindra y no sabía lo que era.
                                 Le bajó un poco las mangas del camisón para llenar de besos sus hombros. 
- Me encuentro bien, Achindra- le dijo Stella en un susurro- No estoy molesta contigo, cariño. Es que... es la primera vez que un hombre me... toca como me has tocado tú... Achindra- susurró Stella- Mi bienamado...
- No tengas miedo de mí, amada mía- le suplicó Alexander, una súplica desesperada- Nunca te haría daño. Lo sabes, ¿verdad? Preferiría matarme antes de tocar tu piel para hacerle daño. 
                         El contacto de Achindra la enloquecía de placer. 
                                 El hombre llenó de besos cada porción de la piel de Stella. Ella no sabía qué pensar. No pensó en el escándalo. No pensó en nada. 
                          Sentía sus manos acariciándola por todas partes, queriendo conocerla por completo. 
                       Achindra no pudo ni quiso contener su imperiosa necesidad de abrir las piernas de Stella y entrar en ella, de hacerla suya y entrar en ella una y otra vez.
                    Un rato después...Todo había acabado.      
                     Él la abrazó con fuerte, estrechándola contra su pecho, acariciando con sus labios la piel del rostro femenino.
 
FIN