miércoles, 11 de marzo de 2015

LLAMANDO A LAS PUERTAS DEL CIELO

Hola a todos.
Aquí os traigo el penúltimo fragmento de mi relato Llamando a las puertas del Cielo. 
Queda este fragmento y otro más, más un pequeño epílogo.
Veamos qué ocurre hoy.

                                  Al lado de Nancy, se descubrió así mismo. El gran amor de su vida fue Nancy. Cuando estaba huyendo de los soldados ingleses, pensaba en Nancy. La volvería a tener entre sus brazos, pensaba. Y el pensamiento le tranquilizaba.
                                Nancy...
                                Podía recordar el rostro ruborizado de la joven cuando la besó por primera vez.
                                Fue ella la que le enseñó a mirar las estrellas. Fue Nancy la que le hizo tener fe en la vida, en el futuro y en el amor. La que miró en su corazón.
                               Era capaz de amar. Podía amar a otra persona.
                               No podría conocer a su hijo.
                               Recordó a Nancy. Sus besos...Sus abrazos...Cómo la tocaba. Sus caricias...Todo...
                               Jamás volvería a ver sus hermosos ojos azules. Antoine sintió que ya no le dolía nada. Nunca más volvería a oír su risa cantarina. Ni volvería a escuchar el timbre de su voz. Los delicados dedos de Nancy no volverían a acariciarle. Ni ella volvería a cubrir de besos su torso desnudo. No se pegaría nunca más a su cuerpo. Ni la amaría.
                               Porque no volvería a verla nunca más.
-Nancy...-gimió-Nancy...Nancy...
                              No volvería a verla. Todo había terminado.
                              Ni a besarla. Ni a acariciarla. Ni a abrazarla.
-¡Nancy!-gritó.
                              Entonces, todo acabó para Antoine. Se acabó el soñar. Se acabó el pensar que podía ser feliz.
                             En Burhou, un grito resonó en toda la isla.
-¡Antoine!-chilló Nancy presa de la desesperación-¡No te mueras, amor mío!
                               El corazón de Antoine ya no latía cuando empezó a salir el Sol en la Región del Loira. Al amanecer, Nancy estaba desmayada. Judith la había oído gritar.
                               Le sujetaba la mano.
-Estaba delirando, señora-le informó una criada.
-Estaba llamando a mi hijo-se lamentó Judith.
                               Un pastor encontró el cadáver de Antoine. Dio parte a un soldado francés que estaba haciendo la ronda nocturna. El pastor había hecho muchas veces de recadero para los soldados ingleses. Pero, como pago, éstos le habían quemado la choza en la que vivían. Desde entonces, odiaba a los ingleses con todas sus fuerzas.
                            El soldado había participado en la escaramuza que había tenido lugar la tarde antes. ¡Cielo Santo!, murmuró para sus adentros.
                            Reconoció el cuerpo.
                            Se trataba de su compañero, el oficial Antoine Eperay.
                            Le habían herido. Llevaba buscándole toda la noche.
                            La herida lo había matado.
-¿Usted conoce a una tal Nancy, señor?-le preguntó el pastor al soldado.
                           Éste trató de hacer memoria.
-Creo que sí-respondió el soldado-Es la esposa del oficial Eperay. ¿Por qué me lo pregunta?
-Anoche, estaba en el monte con las cabras. Entonces, oí un grito. Era una voz. Una voz de hombre... Gritaba un nombre con desesperación. ¡Nancy! ¡Nancy! ¡Nancy!. Sólo oí eso. Pero...Esta mañana, ha vuelto a pasar. He escuchado gritar a una mujer. Llamaba a alguien. ¡Antoine! Una voz gritando. Llamando a una mujer. Una mujer que se llama Nancy. Y otra voz llamando a un hombre que se llama Antoine.
                             El soldado miró el cuerpo sin vida de Antoine.
                             Sintió pena por él y por la mujer llamada Nancy.
                             No sabía cómo darle la noticia a aquella pobre infeliz. Estaba a punto de dar a luz.

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