lunes, 14 de septiembre de 2015

LA CHICA DE LOS OJOS GRISES

Hola a todos.
Me quedan dos añadidos, además de éste, que subir a este blog de mi "fanfic" La chica de los ojos grises. 
De momento, voy a subir este añadido. No tengo ni idea de cuándo subiré los otros dos.
Quiero descansar un poco de la historia de Edmund y de Stella y centrarme en otras historias. Le he cogido muchísimo cariño a los personajes, especialmente a Stella, y me está costando trabajo separarme de ellos.
De momento, aquí os dejo con el añadido de hoy.

                                    El tiempo pasaba demasiado deprisa para Edmund. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que Stella apareció en su vida? En realidad, el tiempo se detuvo cuando sus ojos se posaron en ella por primera vez. La ayudaba a plantar nenúfares en el jardín. Le gustaba dar paseos con ella por la orilla del río Adyar.
                                  Su socio, Arthur Ransome, le decía que estaba distinto. Le veía más feliz.
                                 Edmund se sentía con mucha energía. Varias veces a la semana, recibía a Arthur en su despacho. Los negocios iban bien. La Templewood & Ransome Company estaba en pleno crecimiento. Los socios querían invertir en la empresa. Las importaciones iban en aumento.
                                Edmund escuchaba con atención todo lo que Arthur le contaba. Revisaba el Libro de Cuentas. Todo estaba en su sitio.
-Deberías de ir pensando en mudarte a Calcuta-le propuso Arthur en una de aquellas visitas.
                               Edmund le fulminó con la mirada.
                               La idea de irse a vivir a Calcuta jamás había pasado por su mente. Había terminado saturado del bullicio de la ciudad. Era feliz viviendo en aquel trocito del Paraíso que era la isla de Quibble. Además, allí había conocido a Stella.
                                Su esposa no querría abandonar Quibble. Y él no sabría vivir sin aquella criatura de los ojos de color gris.
                                Amaba a Stella más que a su propia vida. Cuando su mirada se cruzó con la mirada de color gris de la joven, supo que había nacido para ser su esclavo.
-¡No pienso abandonar este lugar!-replicó con furia.
                               Los criados le oyeron gritar.
-No puedes dirigir una compañía desde aquí-trató de convencerle Arthur.
-Creo que he podido hacerlo-le recordó Edmund-Los negocios van viento en popa. ¿No es así?
-Así es.
-Entonces, no hay motivo alguno para que abandone Quibble. ¿Cierto?
-Totalmente cierto...
-No me gusta vivir en Calcuta. No me llevo nada bien con nadie de la colonia inglesa. Son todos unos pomposos insoportables. Vive poca gente aquí. Hindúes...E ingleses...Y tratamos de llevarnos bien. Nadie es superior ni inferior a nadie, Arthur.
-Sí...Tienes razón.
                            Arthur se había dado cuenta de que los criados que tenían Edmund y Stella eran todos ingleses. No habían querido contratar a un criado nativo.
                            Stella se negó a tener un hindú a su servicio. Tenía la sensación de que era poco menos que esclavizarle. Había oído historias terribles de la boca de Maude. Ella había estado en Calcuta, intentando buscar un marido sin conseguirlo.
                           Los ingleses trataban muy mal a los hindúes que estaban a su servicio. Les pegaban palizas por cualquier tontería.
-No quiero hacerle daño a nadie-afirmó Stella cuando Edmund y ella empezaron a buscar miembros para su servidumbre-Tengamos pocos criados. Que sean ingleses. Que no tengan que sentir que les estamos esclavizando. No se puede ser el dueño de una persona.
                           Arthur pensó que Stella tenía unas ideas muy raras. Lo cierto era que hacía una buena pareja con Edmund. También éste tenía unas ideas muy raras.
                            Stella entró sin llamar en el despacho de su marido. Aquel gesto le pareció excesivo a Arthur. Sin embargo, Edmund sonrió encantado cuando la joven entró.
                            Ver a Stella le alegraba el día. Fuera, estaba lloviendo con fuerza. Se estaban acercando los primeros monzones.
-Debería de irme-dijo Arthur, poniéndose de pie.
                             Vio a Stella acercarse a Edmund para besarle con intensidad en los labios.
                              Por educación, Arthur besó a Stella en la mano a modo de despedida.
                              No le costaba trabajo imaginar la clase de besos que ambos se daban en la cama.
                              Tenía que reconocer que la esposa de su amigo era una mujer dotada de una inusual belleza. Sobre todo, aquellos hermosos ojos de color gris estaban hechos para perderse en ellos.
                              Pero era la esposa de Edmund y los dos estaban muy enamorados. Arthur deseó para sí un matrimonio como el que tenía su amigo y socio.
                               Ya va siendo hora de que me case, pensó cuando salió al jardín. Hay unas cuantas jóvenes que están interesadas en mí.
                                Apresuró el paso. Se hospedaba en la posada de la isla.
-Me casaré-decidió Arthur.
                                Estaba lloviendo con mucha fuerza. Y se estaba calando.


                         

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