Hola a todos.
Hace algún tiempo, no mucho, que el gran escritor Gabriel García Márquez nos abandonó.
Su cuerpo se fue, pero no se ha ido ni su espíritu ni su obra.
Nos ha regalado obras tan hermosas como El amor en tiempos del cólera (aunque yo hubiese fusilado a Fermina por idiota porque rechazar a Florentino una y otra vez es de ser idiota). Nos contó la Noticia de un Secuestro y nos contó la historia de un Coronel que no tenía nadie que le escribiera.
Pero nos dejó también una familia inolvidable, los Buendía. Una familia humana e hija de la época que le tocó vivir. Y nos mostró un pueblo donde todo podía pasar, Macondo.
También escribió muchos poemas, cargados de lirismo y de ternura.
En el poema que hoy me gustaría enseñaros, un bonito soneto, García Márquez nos invita a no resistirnos cuando llega el amor.
Si alguien llama a tu puerta, amiga mía,
y algo en tu sangre late y no reposa
y en su tallo de agua, temblorosa,
la fuente es una líquida armonía.
Si alguien llama a tu puerta y todavía
te sobra tiempo para ser hermosa
y cabe todo abril en una rosa
y por la rosa se desangra el día.
Si alguien llama a tu puerta una mañana
sonora de palomas y campanas
y aún crees en el dolor y en la poesía.
Si aún la vida es verdad y el verso existe.
Si alguien llama a tu puerta y estás triste,
abre, que es el amor, amiga mía.
jueves, 31 de julio de 2014
miércoles, 23 de julio de 2014
LA CHICA DE LOS OJOS GRISES
Hola a todos.
¡Y, por fin, llegó!
Aquí os dejo con el último fragmento de mi relato La chica de los ojos grises.
Espero que os haya gustado esta bonita historia de amor. Yo, personalmente, he disfrutado escribiéndola.
¡Vamos a ver lo que pasa!
La boda se celebró en la pequeña Iglesia que había en la isla de Quibble. Samantha aceptó ser la dama de honor de Stella. Maude también aceptó ser la dama de honor de Stella. Las dos hermanas estaban muy guapas.
-Serás una buena esposa para mister Halliwell-le aseguró Maude a Samantha mientras se dirigían a pie a la Iglesia, yendo las dos detrás de lord Carson y de Stella.
-Espero que tengas razón-asintió Samantha con resignación.
Corría el mes de julio de 1800. Fue una boda sencilla.
Los invitados se pusieron de pie cuando Stella entró en la Iglesia. Era la novia más hermosa que jamás habían visto, pensaron todos a la vez. La joven fue llevada por su padre hasta el Altar. Edmund la estaba esperando allí. Sus ojos se iluminaron cuando Stella apareció en la Iglesia y comenzó a caminar hacia el Altar.
Stella no podía dejar de sonreír. Sonrió cuando Edmund colocó el anillo de matrimonio en el dedo anular de su mano izquierda. Llevaba puesto un vestido de novia de color blanco. Sujetaba un ramo de rosas en la mano. Su cabello de color negro estaba recogido en un moño a la moda. Edmund le retiró el velo de tul en un momento de la ceremonia. Le guiñó un ojo a Stella y ella se echó a reír.
Se fundieron en un largo beso cuando el sacerdote les declaró marido y mujer.
Se celebró una pequeña fiesta en la casa de lord Carson. Samantha acudió a la fiesta.
Edmund y Stella brindaron con champán en un momento del banquete. Todo el mundo brindó a la felicidad de los recién casados. Les desearon toda la suerte del mundo.
-¡Y tened muchos hijos!-exclamó Darius Ransome-Quiero ser el padrino de uno de vuestros hijos.
Todo el mundo se echó a reír.
-Deseo para mí la felicidad que tú tienes-le confesó Samantha a Stella.
-Ojala sea así-afirmó su amiga.
-Pero las dos sabemos que eso no va a pasar. No amaré nunca a mister Halliwell. Pero intentaré ser una buena esposa para él.
Edmund no cabía en sí de gozo. Recibió con alegría las sinceras felicitaciones que le deseó Darius. No veía la hora de poder quedarse a solas con Stella.
Partieron la tarta nupcial, que era de nata y de fresa. Todo el mundo alabó la maña de la cocinera que había elaborado aquella tarta. Los novios se dieron de comer el uno al otro tarta. Maude sintió una sincera envidia de ellos.
Me habría gustado estar en el lugar en el que está ahora Stella, pensó la joven.
Vio a Samantha acercarse a Stella para darle un abrazo.
-Sé feliz-dijo Samantha.
-Sé tú también feliz-corroboró Stella.
Maude rompió a llorar.
-¿Por qué estás llorando?-le preguntó Samantha a su hermana mayor mientras se acercaba a ella.
-Es que soy muy feliz-respondió Maude.
-Stella va a ser muy feliz. Yo, por mi parte, me conformo con llevar una vida tranquila. Trataré de ser una buena esposa para mi marido.
-Sí...
Stella y Edmund se despidieron al cabo de un rato de los invitados. Edmund llevó a Stella a su casa.
Ella ya no sentía miedo de quedarse a solas con él.
Desnudos en el lecho, Edmund y Stella se fundieron en un beso largo y cargado de pasión. Edmund besó a su recién estrenada esposa en el hombro. La besó muchas veces en un pecho. La besó en el cuello. No podían parar de besarse. De acariciarse. De abrazarse. De chuparse el uno al otro. De morderse el uno al otro. De lamerse el uno al otro.
Se tocaron. Se acariciaron con las manos. Se acariciaron el uno al otro con los labios.
Juntos, volvieron a ir al Paraíso.
¡Y, por fin, llegó!
Aquí os dejo con el último fragmento de mi relato La chica de los ojos grises.
Espero que os haya gustado esta bonita historia de amor. Yo, personalmente, he disfrutado escribiéndola.
¡Vamos a ver lo que pasa!
La boda se celebró en la pequeña Iglesia que había en la isla de Quibble. Samantha aceptó ser la dama de honor de Stella. Maude también aceptó ser la dama de honor de Stella. Las dos hermanas estaban muy guapas.
-Serás una buena esposa para mister Halliwell-le aseguró Maude a Samantha mientras se dirigían a pie a la Iglesia, yendo las dos detrás de lord Carson y de Stella.
-Espero que tengas razón-asintió Samantha con resignación.
Corría el mes de julio de 1800. Fue una boda sencilla.
Los invitados se pusieron de pie cuando Stella entró en la Iglesia. Era la novia más hermosa que jamás habían visto, pensaron todos a la vez. La joven fue llevada por su padre hasta el Altar. Edmund la estaba esperando allí. Sus ojos se iluminaron cuando Stella apareció en la Iglesia y comenzó a caminar hacia el Altar.
Stella no podía dejar de sonreír. Sonrió cuando Edmund colocó el anillo de matrimonio en el dedo anular de su mano izquierda. Llevaba puesto un vestido de novia de color blanco. Sujetaba un ramo de rosas en la mano. Su cabello de color negro estaba recogido en un moño a la moda. Edmund le retiró el velo de tul en un momento de la ceremonia. Le guiñó un ojo a Stella y ella se echó a reír.
Se fundieron en un largo beso cuando el sacerdote les declaró marido y mujer.
Se celebró una pequeña fiesta en la casa de lord Carson. Samantha acudió a la fiesta.
Edmund y Stella brindaron con champán en un momento del banquete. Todo el mundo brindó a la felicidad de los recién casados. Les desearon toda la suerte del mundo.
-¡Y tened muchos hijos!-exclamó Darius Ransome-Quiero ser el padrino de uno de vuestros hijos.
Todo el mundo se echó a reír.
-Deseo para mí la felicidad que tú tienes-le confesó Samantha a Stella.
-Ojala sea así-afirmó su amiga.
-Pero las dos sabemos que eso no va a pasar. No amaré nunca a mister Halliwell. Pero intentaré ser una buena esposa para él.
Edmund no cabía en sí de gozo. Recibió con alegría las sinceras felicitaciones que le deseó Darius. No veía la hora de poder quedarse a solas con Stella.
Partieron la tarta nupcial, que era de nata y de fresa. Todo el mundo alabó la maña de la cocinera que había elaborado aquella tarta. Los novios se dieron de comer el uno al otro tarta. Maude sintió una sincera envidia de ellos.
Me habría gustado estar en el lugar en el que está ahora Stella, pensó la joven.
Vio a Samantha acercarse a Stella para darle un abrazo.
-Sé feliz-dijo Samantha.
-Sé tú también feliz-corroboró Stella.
Maude rompió a llorar.
-¿Por qué estás llorando?-le preguntó Samantha a su hermana mayor mientras se acercaba a ella.
-Es que soy muy feliz-respondió Maude.
-Stella va a ser muy feliz. Yo, por mi parte, me conformo con llevar una vida tranquila. Trataré de ser una buena esposa para mi marido.
-Sí...
Stella y Edmund se despidieron al cabo de un rato de los invitados. Edmund llevó a Stella a su casa.
Ella ya no sentía miedo de quedarse a solas con él.
Desnudos en el lecho, Edmund y Stella se fundieron en un beso largo y cargado de pasión. Edmund besó a su recién estrenada esposa en el hombro. La besó muchas veces en un pecho. La besó en el cuello. No podían parar de besarse. De acariciarse. De abrazarse. De chuparse el uno al otro. De morderse el uno al otro. De lamerse el uno al otro.
Se tocaron. Se acariciaron con las manos. Se acariciaron el uno al otro con los labios.
Juntos, volvieron a ir al Paraíso.
FIN
martes, 22 de julio de 2014
LA CHICA DE LOS OJOS GRISES
Hola a todos.
Hoy, llegamos al penúltimo fragmento de este bonito relato.
Espero que os haya gustado y espero que os guste el fragmento que está por venir.
Confieso que me he sentido tentada a alargarla un poco más, pero no creo que lo haga. Está bien como está.
Y tampoco sé si le voy a escribir un epílogo. Lo decidiré cuando esté un poco menos ocupada. Las Musas parecen haberse cebado con mi persona y no paro.
¡Vamos a ver lo que pasa hoy!
Tiene el cabello de color dorado, pensó Stella cuando vio a Edmund la vez siguiente.
Acudió a su casa ella sola a tomar el té. Edmund acompañó el té de las cinco con un dulce hindú. Se llamaba Narkel Naru.
-Está delicioso-le aseguró a Stella.
El Narkel Naru tenía forma de bolita hecha con leche condensada khoa y con coco. Stella aceptó probar una de aquellas extrañas bolitas que Edmund le tendió. Le dio un mordisco y le gustó.
-¡Está delicioso!-aprobó Stella.
-El Narkel Naru me recuerda mucho a ti-la aduló Edmund-Los dos sois muy dulces.
Al escuchar aquel piropo, Stella se echó a reír.
No se arrepentía de haber acudido ella sola a visitar a Edmund. Estaba pasando un rato agradable conversando con él. Trazando planes de futuro con él. De pronto, la vida se había tornado de color de rosa para Stella.
Edmund no podía apartar la vista de Stella.
-¿De verdad nos vamos a quedar a vivir en Quibble?-le preguntó.
-Esta casa la tengo alquilada desde que vine a visitar a tu padre para hablar de negocios-respondió Edmund-La puedo comprar. No me he movido de aquí desde que te vi por primera vez.
Había oído hablar de seres sobrenaturales. Cuando vio a Stella por primera vez, pensó que no era humana. Su rostro brillaba. Había algo etéreo en ella. Su belleza, además de ser una belleza física, era también una belleza que venía del fondo de su alma.
-Lo único que quiero es quedarme aquí para siempre-admitió Stella.
-Entonces, no nos iremos nunca de Quibble-le prometió Edmund.
-No quiero que nos quedemos aquí por mí. No olvido que tú tienes que ocuparte de la Templewood and Ransome Company. Y tienes tu negocio en Calcuta.
-Iremos a Calcuta. Es verdad que no puedo descuidar el negocio. Darius, mi socio, me mataría. Pero viviríamos aquí. Iríamos de vez en cuando allí. No quiero que seas una desdichada por mi culpa. Nunca me lo perdonaría. Y tu sitio está en este lugar. Y mi sitio está en el lugar donde quieras estar tú.
Edmund cogió la mano de Stella para besársela.
Antes, cuando ella hizo acto de presencia en el salón de su casa, la recibió con un beso en la mejilla. Ella, a su vez, también le besó en las mejillas. Se sujetaron durante un largo tiempo las manos.
-Ya faltan tres días-suspiró Stella.
-Dentro de tres días, serás mi esposa-sonrió Edmund.
Stella se marchó al cabo de un rato. Besó con amor a Edmund en los labios a modo de despedida.
Ya no veía la hora de convertirse en su esposa.
La noche antes de su boda, Stella durmió en casa de Samantha. Su mejor amiga durmió en su casa. Stella optó por dormir en un camastro que los criados colocaron junto a la cama de Samantha.
Stella no paraba de parlotear. En menos de un día, se convertiría en la esposa de Edmund. Y estaba que no cabía en sí de gozo. Pero se dio cuenta de que Samantha estaba seria.
-Estaba pensando en Gabriel-le confesó su amiga-Se que no debo de pensar en él. Me voy a casar con mister Halliwell.
Pero le traicionaba el pensamiento. El recuerdo de Gabriel estaba presente a todas horas en su cabeza.
-Es normal que le eches de menos-opinó Stella.
-Me voy a casar con mister Halliwell-le recordó con tristeza Samantha-El pasado debe de quedar atrás. Gabriel forma parte de mi pasado. Pero...
-Te entiendo, amiga.
Los ojos de Samantha se llenaron de lágrimas.
Gabriel era el único hombre al que había besado. De haber podido, se habría lanzado a sus brazos sin dudarlo.
-No nos dejaron ser felices-se lamentó Samantha-No pudimos estar juntos. Ahora, él está muerto. Y yo deseo estar muerta porque así podría estar con él.
-No me gusta oírte hablar así, Sam-le aseveró Stella.
Hoy, llegamos al penúltimo fragmento de este bonito relato.
Espero que os haya gustado y espero que os guste el fragmento que está por venir.
Confieso que me he sentido tentada a alargarla un poco más, pero no creo que lo haga. Está bien como está.
Y tampoco sé si le voy a escribir un epílogo. Lo decidiré cuando esté un poco menos ocupada. Las Musas parecen haberse cebado con mi persona y no paro.
¡Vamos a ver lo que pasa hoy!
Tiene el cabello de color dorado, pensó Stella cuando vio a Edmund la vez siguiente.
Acudió a su casa ella sola a tomar el té. Edmund acompañó el té de las cinco con un dulce hindú. Se llamaba Narkel Naru.
-Está delicioso-le aseguró a Stella.
El Narkel Naru tenía forma de bolita hecha con leche condensada khoa y con coco. Stella aceptó probar una de aquellas extrañas bolitas que Edmund le tendió. Le dio un mordisco y le gustó.
-¡Está delicioso!-aprobó Stella.
-El Narkel Naru me recuerda mucho a ti-la aduló Edmund-Los dos sois muy dulces.
Al escuchar aquel piropo, Stella se echó a reír.
No se arrepentía de haber acudido ella sola a visitar a Edmund. Estaba pasando un rato agradable conversando con él. Trazando planes de futuro con él. De pronto, la vida se había tornado de color de rosa para Stella.
Edmund no podía apartar la vista de Stella.
-¿De verdad nos vamos a quedar a vivir en Quibble?-le preguntó.
-Esta casa la tengo alquilada desde que vine a visitar a tu padre para hablar de negocios-respondió Edmund-La puedo comprar. No me he movido de aquí desde que te vi por primera vez.
Había oído hablar de seres sobrenaturales. Cuando vio a Stella por primera vez, pensó que no era humana. Su rostro brillaba. Había algo etéreo en ella. Su belleza, además de ser una belleza física, era también una belleza que venía del fondo de su alma.
-Lo único que quiero es quedarme aquí para siempre-admitió Stella.
-Entonces, no nos iremos nunca de Quibble-le prometió Edmund.
-No quiero que nos quedemos aquí por mí. No olvido que tú tienes que ocuparte de la Templewood and Ransome Company. Y tienes tu negocio en Calcuta.
-Iremos a Calcuta. Es verdad que no puedo descuidar el negocio. Darius, mi socio, me mataría. Pero viviríamos aquí. Iríamos de vez en cuando allí. No quiero que seas una desdichada por mi culpa. Nunca me lo perdonaría. Y tu sitio está en este lugar. Y mi sitio está en el lugar donde quieras estar tú.
Edmund cogió la mano de Stella para besársela.
Antes, cuando ella hizo acto de presencia en el salón de su casa, la recibió con un beso en la mejilla. Ella, a su vez, también le besó en las mejillas. Se sujetaron durante un largo tiempo las manos.
-Ya faltan tres días-suspiró Stella.
-Dentro de tres días, serás mi esposa-sonrió Edmund.
Stella se marchó al cabo de un rato. Besó con amor a Edmund en los labios a modo de despedida.
Ya no veía la hora de convertirse en su esposa.
La noche antes de su boda, Stella durmió en casa de Samantha. Su mejor amiga durmió en su casa. Stella optó por dormir en un camastro que los criados colocaron junto a la cama de Samantha.
Stella no paraba de parlotear. En menos de un día, se convertiría en la esposa de Edmund. Y estaba que no cabía en sí de gozo. Pero se dio cuenta de que Samantha estaba seria.
-Estaba pensando en Gabriel-le confesó su amiga-Se que no debo de pensar en él. Me voy a casar con mister Halliwell.
Pero le traicionaba el pensamiento. El recuerdo de Gabriel estaba presente a todas horas en su cabeza.
-Es normal que le eches de menos-opinó Stella.
-Me voy a casar con mister Halliwell-le recordó con tristeza Samantha-El pasado debe de quedar atrás. Gabriel forma parte de mi pasado. Pero...
-Te entiendo, amiga.
Los ojos de Samantha se llenaron de lágrimas.
Gabriel era el único hombre al que había besado. De haber podido, se habría lanzado a sus brazos sin dudarlo.
-No nos dejaron ser felices-se lamentó Samantha-No pudimos estar juntos. Ahora, él está muerto. Y yo deseo estar muerta porque así podría estar con él.
-No me gusta oírte hablar así, Sam-le aseveró Stella.
lunes, 21 de julio de 2014
LA CHICA DE LOS OJOS GRISES
Hola a todos.
Ya falta menos para que conozcamos el desenlace de esta bonita historia.
Espero que os esté gustando.
A mí, personalmente, me está gustando imaginar la juventud de los abuelos de Jai y de Estelle. Por cierto, Samantha vendría a ser, al casarse con mister Halliwell, la abuela materna de Olivia y de Estelle, al ser madre de Sarah (madre de Olivia) y de lady Bridget (madre de Estelle).
¡Vamos a ver lo que pasa!
Edmund cogió las manos de Stella cuando llegó a su altura y se las besó.
De pronto, las palabras empezaron a brotar de su garganta. Le confesó todo lo que llevaba guardando en el interior de su corazón desde que la vio por primera vez.
-No he dejado de pensar en ti-se sinceró.
-¿Piensas en mí desde que fuiste a ver a mi padre?-inquirió Stella.
Recordaba la visita que Edmund le hizo a lord Carson aquella tarde. Pero Stella no había sabido relacionar ambos hechos. La visita de Edmund a su padre...Su cortejo...Su compromiso...
-Lo único que quería era verte de nuevo-contestó Edmund-Te metiste desde ese momento en mi corazón. Y no quería sacarte de allí. Deseaba estar contigo.
-No lo sabía-admitió Stella.
Un nudo se formó en la garganta de la muchacha. Vio algo raro en los ojos de Edmund al posarse en su cara. Vio una mezcla de adoración y de anhelo en aquellos ojos. Vio amor reflejado en aquellos ojos. Amor hacia ella...
Una sonrisa iluminó el bonito rostro de Stella. Edmund pensó que el Sol se reflejaba en aquellos hermosos ojos de color gris oscuro. Unos ojos que llevaban mucho tiempo persiguiéndole. Que veía en todas partes. Y en los que un hombre podía perderse. Rodeó con los brazos la cintura de Stella.
La atrajo hacia sí.
Ella llenó de besos el rostro de Edmund.
-A mí me pasa lo mismo-admitió.
-Te amo, Stella-le confesó Edmund-Te amo tanto que no sabría vivir sin ti.
-Yo también te amo.
El corazón de Edmund pareció que iba a estallar de dicha.
Era un sentimiento que compartía con Stella.
-Juro que te haré la mujer más feliz del mundo-le aseguró-Sólo quiero que seas feliz. Te complaceré en todo.
-Sólo deseo que te quedes a mi lado-le pidió Stella.
-Nunca te abandonaré, amor mío.
Las lágrimas se agolparon en los ojos de Stella. Pero eran lágrimas de felicidad. Sentía que había encontrado el verdadero amor. Y la dicha...
Los dos se fundieron en un beso intenso y largo. Un beso cargado de ternura...De pasión...
Dieron un largo paseo por la orilla del río Adyar. Se quedarían a vivir en Quibble. Serían felices.
-Tenemos muchos años de felicidad por delante-afirmó Edmund con seguridad-Y tendremos muchos hijos.
Stella se echó a reír. En su fuero interno, se veía así misma teniendo hijos con Edmund.
-Si tenemos un hijo, quiero que se parezca a ti-le dijo con cariño.
-Si tenemos una hija, quiero que se parezca a ti-corroboró Edmund con arrobo.
Y así pasaron gran parte de la tarde. Hablando. Jurándose amor eterno. Y trazando planes de futuro.
Ya falta menos para que conozcamos el desenlace de esta bonita historia.
Espero que os esté gustando.
A mí, personalmente, me está gustando imaginar la juventud de los abuelos de Jai y de Estelle. Por cierto, Samantha vendría a ser, al casarse con mister Halliwell, la abuela materna de Olivia y de Estelle, al ser madre de Sarah (madre de Olivia) y de lady Bridget (madre de Estelle).
¡Vamos a ver lo que pasa!
Edmund cogió las manos de Stella cuando llegó a su altura y se las besó.
De pronto, las palabras empezaron a brotar de su garganta. Le confesó todo lo que llevaba guardando en el interior de su corazón desde que la vio por primera vez.
-No he dejado de pensar en ti-se sinceró.
-¿Piensas en mí desde que fuiste a ver a mi padre?-inquirió Stella.
Recordaba la visita que Edmund le hizo a lord Carson aquella tarde. Pero Stella no había sabido relacionar ambos hechos. La visita de Edmund a su padre...Su cortejo...Su compromiso...
-Lo único que quería era verte de nuevo-contestó Edmund-Te metiste desde ese momento en mi corazón. Y no quería sacarte de allí. Deseaba estar contigo.
-No lo sabía-admitió Stella.
Un nudo se formó en la garganta de la muchacha. Vio algo raro en los ojos de Edmund al posarse en su cara. Vio una mezcla de adoración y de anhelo en aquellos ojos. Vio amor reflejado en aquellos ojos. Amor hacia ella...
Una sonrisa iluminó el bonito rostro de Stella. Edmund pensó que el Sol se reflejaba en aquellos hermosos ojos de color gris oscuro. Unos ojos que llevaban mucho tiempo persiguiéndole. Que veía en todas partes. Y en los que un hombre podía perderse. Rodeó con los brazos la cintura de Stella.
La atrajo hacia sí.
Ella llenó de besos el rostro de Edmund.
-A mí me pasa lo mismo-admitió.
-Te amo, Stella-le confesó Edmund-Te amo tanto que no sabría vivir sin ti.
-Yo también te amo.
El corazón de Edmund pareció que iba a estallar de dicha.
Era un sentimiento que compartía con Stella.
-Juro que te haré la mujer más feliz del mundo-le aseguró-Sólo quiero que seas feliz. Te complaceré en todo.
-Sólo deseo que te quedes a mi lado-le pidió Stella.
-Nunca te abandonaré, amor mío.
Las lágrimas se agolparon en los ojos de Stella. Pero eran lágrimas de felicidad. Sentía que había encontrado el verdadero amor. Y la dicha...
Los dos se fundieron en un beso intenso y largo. Un beso cargado de ternura...De pasión...
Dieron un largo paseo por la orilla del río Adyar. Se quedarían a vivir en Quibble. Serían felices.
-Tenemos muchos años de felicidad por delante-afirmó Edmund con seguridad-Y tendremos muchos hijos.
Stella se echó a reír. En su fuero interno, se veía así misma teniendo hijos con Edmund.
-Si tenemos un hijo, quiero que se parezca a ti-le dijo con cariño.
-Si tenemos una hija, quiero que se parezca a ti-corroboró Edmund con arrobo.
Y así pasaron gran parte de la tarde. Hablando. Jurándose amor eterno. Y trazando planes de futuro.
domingo, 20 de julio de 2014
LA CHICA DE LOS OJOS GRISES
Hola a todos.
Hoy, voy a subir el penúltimo fragmento de mi relato La chica de los ojos grises.
Vamos a presenciar una conversación bastante interesante entre Stella y Samantha. Una conversación que será interrumpida por una llegada inesperada.
¿Qué pasará?
-No sé qué voy a hacer-se sinceró Stella con Samantha-Me caso en menos de una semana con Edmund. El ajuar de mi boda ya está listo. Cada minuto que pasa, se acerca el gran momento. ¡Mi boda! ¡Me voy a casar! Y mi mente...Mi mente está hecha un lío porque no sé lo que Edmund siente por mí y sólo sé que me he enamorado como una tonta de él. ¿Qué puedo hacer?
Las dos amigas se encontraban sentadas a orillas del río Adyar. Samantha escuchaba con atención lo que le estaba contando su amiga. Llevaba en la mano un chal de Cachemira. Se lo entregó a Stella.
-Recuerdo este chal-dijo la joven-Forma parte de tu ajuar de bodas.
-Mi madre piensa que debo de tener otro ajuar de bodas-le contó Samantha con tristeza-Este chal me lo regaló Gabriel. Quiero que lo tengas tú.
-¡No puedo aceptarlo!
-Te ruego que lo aceptes. Deseo que lo tengas tú. Quédatelo, por favor.
Stella cogió el chal. Lo apretó con fuerza contra sí. Sentía sobre su cara la mirada llorosa de Samantha. Le cogió la mano.
-No es demasiado tarde-opinó Stella-Puedes venirte a vivir conmigo y con mis padres. No tienes porqué obedecer a tus padres. Si tan preocupados están porque no tienen nietos, que le busquen un marido a Maude y que a ti te dejen tranquila.
-¡Mis padres han perdido toda la esperanza de casar a Maude!-se lamentó Samantha-Sólo les quedo yo para hacer realidad su sueño de tener un nieto.
-Pero te casan con un completo desconocido.
-Cuando me case con mister Halliwell, le conoceré. Puede que me llegue a enamorar de él.
-¡Eso no te lo crees ni tú! Sigues enamorada de Gabriel.
-Pero Gabriel está muerto. Y yo estoy viva. Y me duele respirar sabiendo que él no está.
Samantha luchó contra los sollozos que pugnaban por escaparse de su garganta. Stella sentía que había demasiadas contradicciones en su vida. Se iba a casar con Edmund y se había enamorado de él. Pero Samantha se iba a casar con un completo desconocido. Y estaba convencida de que nunca llegaría a amarle. Su corazón pertenecía a un hombre que estaba muerto. El mar le había devuelto a Samantha el cadáver de Gabriel. Ni siquiera le había dejado anidar la esperanza de que pueda estar vivo. No había pasado. Samantha tuvo que ver muerto al hombre que amaba.
-Deseo de corazón que seas feliz al lado de Edmund, amiga-le dijo Samantha a Stella.
-No sé lo que él siente por mí-admitió la muchacha-Me gustaría saberlo. Ser capaz de hablar con él. Pero no me atrevo. Debes de pensar que soy una cobarde.
De pronto, tanto Samantha como Stella se dieron cuenta de que no estaban solas. Edmund se estaba acercando poco a poco a ellas. En realidad, pensó Samantha, con quien quería estar a solas era con Stella. Decidió que era el momento de desaparecer. Dejaría a su mejor amiga a solas con el hombre con el que iba a casarse en menos de una semana.
-¡Disfruta de un rato a solas!-canturreó Samantha.
-¡Quédate!-le pidió Stella, nerviosa.
-Es mejor que te quedes a solas un rato con sir Edmund. No te pongas nerviosa. Te vas a casar con él. Y estás enamorada de él. Os conviene hablar a solas. Los dos...Un rato...Se te esfumarán los nervios de un plumazo. Hazme caso.
-Pero...
Samantha no la dejó seguir hablando. Le dio un beso a Stella en la mejilla. Se alejó de su lado. Edmund se acercó a Stella.
-Tenemos que hablar-le dijo Edmund.
-¡Qué locura!-exclamó Stella-Estamos solos.
-Es mejor que estemos solos. Desde que nos entregamos el uno al otro la noche pasada, no hemos vuelto a estar solos. Y necesito hablar a solas contigo.
-¿De qué se trata?
Hoy, voy a subir el penúltimo fragmento de mi relato La chica de los ojos grises.
Vamos a presenciar una conversación bastante interesante entre Stella y Samantha. Una conversación que será interrumpida por una llegada inesperada.
¿Qué pasará?
-No sé qué voy a hacer-se sinceró Stella con Samantha-Me caso en menos de una semana con Edmund. El ajuar de mi boda ya está listo. Cada minuto que pasa, se acerca el gran momento. ¡Mi boda! ¡Me voy a casar! Y mi mente...Mi mente está hecha un lío porque no sé lo que Edmund siente por mí y sólo sé que me he enamorado como una tonta de él. ¿Qué puedo hacer?
Las dos amigas se encontraban sentadas a orillas del río Adyar. Samantha escuchaba con atención lo que le estaba contando su amiga. Llevaba en la mano un chal de Cachemira. Se lo entregó a Stella.
-Recuerdo este chal-dijo la joven-Forma parte de tu ajuar de bodas.
-Mi madre piensa que debo de tener otro ajuar de bodas-le contó Samantha con tristeza-Este chal me lo regaló Gabriel. Quiero que lo tengas tú.
-¡No puedo aceptarlo!
-Te ruego que lo aceptes. Deseo que lo tengas tú. Quédatelo, por favor.
Stella cogió el chal. Lo apretó con fuerza contra sí. Sentía sobre su cara la mirada llorosa de Samantha. Le cogió la mano.
-No es demasiado tarde-opinó Stella-Puedes venirte a vivir conmigo y con mis padres. No tienes porqué obedecer a tus padres. Si tan preocupados están porque no tienen nietos, que le busquen un marido a Maude y que a ti te dejen tranquila.
-¡Mis padres han perdido toda la esperanza de casar a Maude!-se lamentó Samantha-Sólo les quedo yo para hacer realidad su sueño de tener un nieto.
-Pero te casan con un completo desconocido.
-Cuando me case con mister Halliwell, le conoceré. Puede que me llegue a enamorar de él.
-¡Eso no te lo crees ni tú! Sigues enamorada de Gabriel.
-Pero Gabriel está muerto. Y yo estoy viva. Y me duele respirar sabiendo que él no está.
Samantha luchó contra los sollozos que pugnaban por escaparse de su garganta. Stella sentía que había demasiadas contradicciones en su vida. Se iba a casar con Edmund y se había enamorado de él. Pero Samantha se iba a casar con un completo desconocido. Y estaba convencida de que nunca llegaría a amarle. Su corazón pertenecía a un hombre que estaba muerto. El mar le había devuelto a Samantha el cadáver de Gabriel. Ni siquiera le había dejado anidar la esperanza de que pueda estar vivo. No había pasado. Samantha tuvo que ver muerto al hombre que amaba.
-Deseo de corazón que seas feliz al lado de Edmund, amiga-le dijo Samantha a Stella.
-No sé lo que él siente por mí-admitió la muchacha-Me gustaría saberlo. Ser capaz de hablar con él. Pero no me atrevo. Debes de pensar que soy una cobarde.
De pronto, tanto Samantha como Stella se dieron cuenta de que no estaban solas. Edmund se estaba acercando poco a poco a ellas. En realidad, pensó Samantha, con quien quería estar a solas era con Stella. Decidió que era el momento de desaparecer. Dejaría a su mejor amiga a solas con el hombre con el que iba a casarse en menos de una semana.
-¡Disfruta de un rato a solas!-canturreó Samantha.
-¡Quédate!-le pidió Stella, nerviosa.
-Es mejor que te quedes a solas un rato con sir Edmund. No te pongas nerviosa. Te vas a casar con él. Y estás enamorada de él. Os conviene hablar a solas. Los dos...Un rato...Se te esfumarán los nervios de un plumazo. Hazme caso.
-Pero...
Samantha no la dejó seguir hablando. Le dio un beso a Stella en la mejilla. Se alejó de su lado. Edmund se acercó a Stella.
-Tenemos que hablar-le dijo Edmund.
-¡Qué locura!-exclamó Stella-Estamos solos.
-Es mejor que estemos solos. Desde que nos entregamos el uno al otro la noche pasada, no hemos vuelto a estar solos. Y necesito hablar a solas contigo.
-¿De qué se trata?
sábado, 19 de julio de 2014
LA CHICA DE LOS OJOS GRISES
Hola a todos.
Ya falta menos para que conozcamos el desenlace de este bonito relato.
En el fragmento de hoy, continúa la cuenta atrás para la boda de Edmund y Stella.
Edmund había acudido a verla.
Stella casi no podía quitarle la vista de encima.
Estaba sentado a su lado a la mesa del comedor. Edmund necesitaba hacer uso de su fuerza mental para no pensar que podía sentir el calor que desprendía el cuerpo de Stella. Ráfagas del perfume que ella solía usar llegaban hasta su nariz. Invadían su olfato. Su mente...Esencia de lirios...
-¿Estás nerviosa?-le preguntó a Stella-Ya falta poco para que llegue el día de nuestra boda.
-Estoy deseando que llegue ese día-respondió la joven.
-¡Vas a ser la novia más bella de todo el mundo!-palmoteó lady Carson, ilusionada.
Stella cogió un bollito que había en una bandeja. Le dio un mordisco.
Era la hora del té. Observó a su padre coger su taza de porcelana y beber un sorbo de té.
Miró casi con asco su taza de té. La removió con gesto nervioso. No entendía el porqué Edmund tenía el don de ponerla nerviosa. ¡Nerviosa!
-Dentro de unos años, podrías habernos hecho abuelos a tu madre y a mí-auguró lord Carson-Tenemos ganas de que nos des un nieto. O una nieta...Un hijo siempre llena de alegría. Por desgracia, sólo te tuvimos a ti.
Edmund deseaba poder hablar con Stella a solas. Sin embargo, después de la noche que habían pasado juntos, no habían tenido esa oportunidad.
La carabina no les dejaba casi nunca a solas. Apenas podían robarle unos instantes, apenas unos minutos, para poder estar solos. Y no era suficiente para ninguno de los dos.
-Es un poco pronto-opinó Stella.
Edmund pensó en lo bonito que sería tener un hijo con Stella. Imágenes de su vida en común pasaron por su mente. No se trataba sólo de compartir cama. También se trataba de convivir con ella todos los días. De hablar y de apoyarse de manera mutua.
Recordó de nuevo el día en que conoció a Stella. Era cierto que fue a visitar a lord Carson con la intención de hablarle de negocios. Pero algo se nubló en su mente en el momento en el que vio a Stella. Los negocios habían pasado a un segundo plano. Darius Ransome, su socio, se reía de él. Decía que el amor le había cegado por completo.
Pero Darius no sabía lo que era estar enamorado.
-Los hijos llegarán cuando tengan que llegar-afirmó Edmund-Me gustaría tener un hijo contigo. Que se te parezca. No me importa si es niño o si es niña. Tan sólo quiero que tú seas la madre.
-Y que tú seas el padre-corroboró Stella.
Se sorprendió así misma sonriendo. Y su sonrisa era radiante.
-Deberíamos dejar el tema de los hijos aparcado por el momento-sugirió lady Carson poniéndose roja como un tomate.
-Tienes razón, querida-aprobó lord Carson-Todavía no se han casado. Pero ya falta menos para que ese día llegue. Disfrutemos del tiempo que nos queda de nuestra Stella.
Dos semanas...
Stella se casaría con Edmund en dos semanas.
Y dos semanas pasaban volando. El tiempo pasaba volando. Ella misma lo estaba viendo.
Cuando Edmund se marchó del hogar de los vizcondes de Carson, tuvo que contentarse con darle un beso a Stella en la mejilla. Procuró besarla en la mejilla, muy cerca de su boca. Sus padres no se dieron cuenta. Stella se puso roja como la grana.
-Hasta pronto...-le dijo Edmund.
-Adiós...-alcanzó a decir Stella.
Ya falta menos para que conozcamos el desenlace de este bonito relato.
En el fragmento de hoy, continúa la cuenta atrás para la boda de Edmund y Stella.
Edmund había acudido a verla.
Stella casi no podía quitarle la vista de encima.
Estaba sentado a su lado a la mesa del comedor. Edmund necesitaba hacer uso de su fuerza mental para no pensar que podía sentir el calor que desprendía el cuerpo de Stella. Ráfagas del perfume que ella solía usar llegaban hasta su nariz. Invadían su olfato. Su mente...Esencia de lirios...
-¿Estás nerviosa?-le preguntó a Stella-Ya falta poco para que llegue el día de nuestra boda.
-Estoy deseando que llegue ese día-respondió la joven.
-¡Vas a ser la novia más bella de todo el mundo!-palmoteó lady Carson, ilusionada.
Stella cogió un bollito que había en una bandeja. Le dio un mordisco.
Era la hora del té. Observó a su padre coger su taza de porcelana y beber un sorbo de té.
Miró casi con asco su taza de té. La removió con gesto nervioso. No entendía el porqué Edmund tenía el don de ponerla nerviosa. ¡Nerviosa!
-Dentro de unos años, podrías habernos hecho abuelos a tu madre y a mí-auguró lord Carson-Tenemos ganas de que nos des un nieto. O una nieta...Un hijo siempre llena de alegría. Por desgracia, sólo te tuvimos a ti.
Edmund deseaba poder hablar con Stella a solas. Sin embargo, después de la noche que habían pasado juntos, no habían tenido esa oportunidad.
La carabina no les dejaba casi nunca a solas. Apenas podían robarle unos instantes, apenas unos minutos, para poder estar solos. Y no era suficiente para ninguno de los dos.
-Es un poco pronto-opinó Stella.
Edmund pensó en lo bonito que sería tener un hijo con Stella. Imágenes de su vida en común pasaron por su mente. No se trataba sólo de compartir cama. También se trataba de convivir con ella todos los días. De hablar y de apoyarse de manera mutua.
Recordó de nuevo el día en que conoció a Stella. Era cierto que fue a visitar a lord Carson con la intención de hablarle de negocios. Pero algo se nubló en su mente en el momento en el que vio a Stella. Los negocios habían pasado a un segundo plano. Darius Ransome, su socio, se reía de él. Decía que el amor le había cegado por completo.
Pero Darius no sabía lo que era estar enamorado.
-Los hijos llegarán cuando tengan que llegar-afirmó Edmund-Me gustaría tener un hijo contigo. Que se te parezca. No me importa si es niño o si es niña. Tan sólo quiero que tú seas la madre.
-Y que tú seas el padre-corroboró Stella.
Se sorprendió así misma sonriendo. Y su sonrisa era radiante.
-Deberíamos dejar el tema de los hijos aparcado por el momento-sugirió lady Carson poniéndose roja como un tomate.
-Tienes razón, querida-aprobó lord Carson-Todavía no se han casado. Pero ya falta menos para que ese día llegue. Disfrutemos del tiempo que nos queda de nuestra Stella.
Dos semanas...
Stella se casaría con Edmund en dos semanas.
Y dos semanas pasaban volando. El tiempo pasaba volando. Ella misma lo estaba viendo.
Cuando Edmund se marchó del hogar de los vizcondes de Carson, tuvo que contentarse con darle un beso a Stella en la mejilla. Procuró besarla en la mejilla, muy cerca de su boca. Sus padres no se dieron cuenta. Stella se puso roja como la grana.
-Hasta pronto...-le dijo Edmund.
-Adiós...-alcanzó a decir Stella.
viernes, 18 de julio de 2014
LA CHICA DE LOS OJOS GRISES
Hola a todos.
En el fragmento de hoy de La chica de los ojos grises, seremos testigos de los preparativos de dos bodas.
¡Vamos a verlo!
La fecha de la boda entre sir Edmund Templewood y lady Stella estaba fijada. Samantha esperaba la llegada de su futuro marido a la isla de Quibble. Sólo Dios sabía cuándo llegaría.
El vestido de novia de Stella ya estaba confeccionado. La boda se celebraría en la pequeña Iglesia de la isla. Los invitados no tardarían en empezar a llegar. El menú que se serviría en el banquete nupcial ya había sido confeccionado.
Todo estaba pasando demasiado deprisa, en opinión de Stella. De noche, no podía conciliar el sueño.
Casi no podía comer. Tenía el estómago cerrado. Esto no es real, pensaba Stella cuando contemplaba su ajuar de boda. Su camisón...Sus zapatos...Su velo de novia...El ramo de flores...
Iba demasiado deprisa, en su opinión. Su boda...Edmund...
En el fragmento de hoy de La chica de los ojos grises, seremos testigos de los preparativos de dos bodas.
¡Vamos a verlo!
La fecha de la boda entre sir Edmund Templewood y lady Stella estaba fijada. Samantha esperaba la llegada de su futuro marido a la isla de Quibble. Sólo Dios sabía cuándo llegaría.
El vestido de novia de Stella ya estaba confeccionado. La boda se celebraría en la pequeña Iglesia de la isla. Los invitados no tardarían en empezar a llegar. El menú que se serviría en el banquete nupcial ya había sido confeccionado.
Todo estaba pasando demasiado deprisa, en opinión de Stella. De noche, no podía conciliar el sueño.
Casi no podía comer. Tenía el estómago cerrado. Esto no es real, pensaba Stella cuando contemplaba su ajuar de boda. Su camisón...Sus zapatos...Su velo de novia...El ramo de flores...
Iba demasiado deprisa, en su opinión. Su boda...Edmund...
jueves, 17 de julio de 2014
LA CHICA DE LOS OJOS GRISES
Hola a todos.
En el fragmento de hoy, la familia de Samantha hace un importante anuncio con respecto a ella.
Los vizcondes de Carson y su hija Stella vieron a Samantha sentada en el sofá del salón de su casa cuando entraron. La madre de la joven la abrazó con cariño. Luego, la madre se apartó y se acercó a ella Maude. La joven la abrazó también y le dijo que se sentía muy orgullosa de ella.
-¿Qué está pasando aquí?-quiso saber lord Carson.
-Se va a casar-respondió el padre de Maude y de Samantha.
-¿Quién se va a casar?-inquirió Stella.
-Samantha...-contestó Maude-Sam...Nuestra querida Sam se va a casar con mister Halliwell.
-No puede ser cierto.
Samantha se puso de pie, se acercó a Stella y la abrazó con fuerza. Se separó de ella apenas unos centímetros.
-Es que no me queda otra opción-se lamentó Samantha-No puedo quedarme soltera sólo porque el hombre al que amo esté muerto. He de casarme. No quiero terminar sola. Mis padres quieren que yo les dé muchos nietos.
-¿Te has vuelto loca?-se escandalizó Stella-No conoces a ese hombre. ¿Y piensas casarte con él? ¿Dónde se han quedado los sueños que tenías? ¿De verdad piensas cometer semejante disparate?
Samantha le oprimió las manos con fuerza.
-Mis sueños murieron el mismo día que murió Gabriel-contestó-Ya no me queda nada por lo que luchar.
Un criado inglés apareció en el salón. Traía varias copas llenas con vino de Madeira que sirvió entre sus señores, las hijas de éstos y los invitados que acababan de llegar.
-Samantha ha pensado con sensatez-opinó su madre-No es tan tonta como lo es Maude. Ya nos encargaremos de buscarle un marido.
-Sí, madre-asintió Maude-Me casaré con quien tú digas. Y...
-¡Maude!-casi gritó Stella, horrorizada.
Tanto Maude como Samantha estaban a punto de romper a llorar.
Stella llevaba puesto un bonito vestido de color blanco de muselina que pareció confundirse con el tono de su cara. Estaba muy blanca. Samantha estaba como idea y Stella pensó que su amiga se había vuelto loca.
Iba a casarse con mister Halliwell. El vestido que llevaba puesto Samantha era de color naranja, pero Stella pensó que debió de haberse puesto un vestido de color negro, de luto.
En aquellos momentos, Samantha deseaba poder conversar con su amiga a solas acerca de la decisión que había tomado.
-Nos alegramos mucho por ti, querida-dijo lady Carson-Espero que seas muy feliz una vez que te hayas casado.
Samantha había tomado la decisión después de escuchar la confesión que le había hecho Stella acerca de lo ocurrido entre Edmund y ella. Pensó que su amiga era una joven afortunada por poder pasar el resto de su vida al lado del hombre al que realmente amaba. Pero Stella no lo sabía.
Samantha debía de conformarse con los recuerdos y sabía que no podía vivir eternamente atada a un recuerdo.
A pesar de todo, veía a Stella feliz. Radiante...La veía ilusionada porque, a pesar de todo, había amor hacia Edmund en su corazón. Amor...
-Amiga...-le pidió Samantha-No me juzgues.
Los padres de ambas brindaron con sus copas de vino de Madeira a la salud de Samantha y de mister Halliwell. Samantha rompió a llorar.
En el fragmento de hoy, la familia de Samantha hace un importante anuncio con respecto a ella.
Los vizcondes de Carson y su hija Stella vieron a Samantha sentada en el sofá del salón de su casa cuando entraron. La madre de la joven la abrazó con cariño. Luego, la madre se apartó y se acercó a ella Maude. La joven la abrazó también y le dijo que se sentía muy orgullosa de ella.
-¿Qué está pasando aquí?-quiso saber lord Carson.
-Se va a casar-respondió el padre de Maude y de Samantha.
-¿Quién se va a casar?-inquirió Stella.
-Samantha...-contestó Maude-Sam...Nuestra querida Sam se va a casar con mister Halliwell.
-No puede ser cierto.
Samantha se puso de pie, se acercó a Stella y la abrazó con fuerza. Se separó de ella apenas unos centímetros.
-Es que no me queda otra opción-se lamentó Samantha-No puedo quedarme soltera sólo porque el hombre al que amo esté muerto. He de casarme. No quiero terminar sola. Mis padres quieren que yo les dé muchos nietos.
-¿Te has vuelto loca?-se escandalizó Stella-No conoces a ese hombre. ¿Y piensas casarte con él? ¿Dónde se han quedado los sueños que tenías? ¿De verdad piensas cometer semejante disparate?
Samantha le oprimió las manos con fuerza.
-Mis sueños murieron el mismo día que murió Gabriel-contestó-Ya no me queda nada por lo que luchar.
Un criado inglés apareció en el salón. Traía varias copas llenas con vino de Madeira que sirvió entre sus señores, las hijas de éstos y los invitados que acababan de llegar.
-Samantha ha pensado con sensatez-opinó su madre-No es tan tonta como lo es Maude. Ya nos encargaremos de buscarle un marido.
-Sí, madre-asintió Maude-Me casaré con quien tú digas. Y...
-¡Maude!-casi gritó Stella, horrorizada.
Tanto Maude como Samantha estaban a punto de romper a llorar.
Stella llevaba puesto un bonito vestido de color blanco de muselina que pareció confundirse con el tono de su cara. Estaba muy blanca. Samantha estaba como idea y Stella pensó que su amiga se había vuelto loca.
Iba a casarse con mister Halliwell. El vestido que llevaba puesto Samantha era de color naranja, pero Stella pensó que debió de haberse puesto un vestido de color negro, de luto.
En aquellos momentos, Samantha deseaba poder conversar con su amiga a solas acerca de la decisión que había tomado.
-Nos alegramos mucho por ti, querida-dijo lady Carson-Espero que seas muy feliz una vez que te hayas casado.
Samantha había tomado la decisión después de escuchar la confesión que le había hecho Stella acerca de lo ocurrido entre Edmund y ella. Pensó que su amiga era una joven afortunada por poder pasar el resto de su vida al lado del hombre al que realmente amaba. Pero Stella no lo sabía.
Samantha debía de conformarse con los recuerdos y sabía que no podía vivir eternamente atada a un recuerdo.
A pesar de todo, veía a Stella feliz. Radiante...La veía ilusionada porque, a pesar de todo, había amor hacia Edmund en su corazón. Amor...
-Amiga...-le pidió Samantha-No me juzgues.
Los padres de ambas brindaron con sus copas de vino de Madeira a la salud de Samantha y de mister Halliwell. Samantha rompió a llorar.
miércoles, 16 de julio de 2014
LA CHICA DE LOS OJOS GRISES
Hola a todos.
En el fragmento de hoy de La chica de los ojos grises, Stella le cuenta a Samantha lo que ha pasado entre Edmund y ella.
-Hay algo que me estás ocultando-le dijo Samantha a Stella-¿De qué se trata?
-He de contarte una cosa-contestó la joven-Se trata de Edmund. Sí...Debo de admitir que es el joven más apuesto que jamás he conocido. Pero, además, hay algo en él que va más allá de su atractivo físico. Es su manera de ser. Tengo la sensación de que los dos pensamos de una manera muy parecida. Que sentimos las mismas cosas. Él no quiere abandonar Quibble. No quiere separarme de esta isla. Por lo que sé, a pesar de su apostura, no se le conoce ninguna aventura amorosa y eso me gusta porque lo siento más mío que de nadie más.
Stella no podía creerse lo que estaba diciendo. Edmund había ido a visitarla aquella tarde. Se habían quedado un momento solos en el salón porque la criada que hacía las veces de carabina tuvo que salir un momento.
La criada no tardó ni diez minutos en regresar. Pero Stella no tuvo tiempo de hablar con Edmund de lo ocurrido la noche anterior.
-Fue mi primera vez-le confesó Edmund.
-¿Qué quieres decir?-inquirió Stella, atónita.
-Nunca antes había estado con una mujer. Lo he intentado, pero no podía.
-Por lo general...
-Por lo general, no suelo pensar con la entrepierna. Prefiero pensar con el corazón.
Edmund le cogió la mano a Stella. Se la llevó a los labios para besársela con devoción.
-Yo...-balbuceó la joven, atónita.
Edmund se había atrevido a sincerarse con ella. Stella sintió, en su fuero interno, cierto orgullo egoísta al pensar que Edmund había sido virgen hasta la noche en que se coló en su habitación. Lo mismo que ella...Fue entonces cuando el joven se inclinó hacia ella. Y la besó en los labios casi con avaricia. Stella se obligó así misma a regresar al presente. Fue en aquel momento cuando Samantha se percató de algo. Había un intenso rubor coloreando las mejillas de su mejor amiga.
-Lady Stella...-dijo Samantha-Me parece a mí que hay algo que no me quieres contar. Lo quieres decir, pero no te atreves.
-Es que no sé por dónde empezar-admitió la aludida-Es cierto que ocurrió algo entre sir Edmund y yo. Edmund...Tengo que llamarle así.
Se encontraban dando un paseo por la orilla del río Adyar. Se encontraban las dos solas. Samantha agradecía el poder pasar un rato a solas con Stella lejos de su casa. Sus padres y su hermana Maude la iban a volver loca. Estaban empeñados en verla casada con el tal mister Halliwell.
-Yo no tengo ninguna experiencia-atacó Samantha-Soy virgen. Es cierto que he pensado en entregarme a Gabriel. Lo he pensado muchas veces. Y nunca lo he hecho. Te seré sincera. Me arrepiento de no haberme entregado a Gabriel. Pero tu caso es distinto, Stella. Quiero que me cuentes la verdad. ¿Qué ha pasado entre sir Edmund Templewood y tú? ¿Es cierto que te has entregado a él?
Una ola de calor invadió el cuerpo de Stella.
-Ocurrió la otra noche-contestó la muchacha.
-Habéis estado juntos una vez-observó Samantha.
-Una noche entera...Y...Dos veces...Dos...
Stella sentía que las palabras casi no salían de su garganta. Pero Samantha la escuchó. La estaba escuchando porque la expresión de su cara varió.
-¡No me lo puedo creer!-exclamó Samantha-Opino que los dos os habéis vuelto locos. O no...Después de todo, os vais a casar. Todas las parejas que conozco esperan a estar casados para poder probar del tálamo nupcial. Es lo que siempre dice Maude. Pero necesito que me digas una cosa. ¿Es verdad que es tan desagradable como se cuenta?
Stella sacó su abanico de su bolso de mano y empezó a abanicarse.
Samantha sentía cierta curiosidad por saber. En el fondo, quería descubrir lo que se había perdido al no haberse entregado a Gabriel. Y le repugnaba la idea de hacer lo mismo con un completo desconocido que la estaba esperando en Inglaterra. Si decidía no venir a La India.
-Es muy bonito-contestó Stella.
Las dos amigas se sentaron en el suelo. Se fijaron en que el río Adyar no traía mucha agua. Una barca pasó. Permanecieron en silencio durante un rato. Stella no quería pensar en lo que había pasado entre Edmund y ella unas noches antes.
Samantha abrazó a su amiga con cariño. Le acarició con la mano el cabello.
-Soy una egoísta-se lamentó Stella.
-No eres ninguna egoísta-le aseguró Samantha-Hablar contigo me permite no pensar en otras cosas. Mis padres quieren casarme con un desconocido. Mi hermana no me entiende. El hombre al que amo está muerto. Tú, al menos, tienes algo que no tendré nunca. La posibilidad de ser realmente feliz.
En el fragmento de hoy de La chica de los ojos grises, Stella le cuenta a Samantha lo que ha pasado entre Edmund y ella.
-Hay algo que me estás ocultando-le dijo Samantha a Stella-¿De qué se trata?
-He de contarte una cosa-contestó la joven-Se trata de Edmund. Sí...Debo de admitir que es el joven más apuesto que jamás he conocido. Pero, además, hay algo en él que va más allá de su atractivo físico. Es su manera de ser. Tengo la sensación de que los dos pensamos de una manera muy parecida. Que sentimos las mismas cosas. Él no quiere abandonar Quibble. No quiere separarme de esta isla. Por lo que sé, a pesar de su apostura, no se le conoce ninguna aventura amorosa y eso me gusta porque lo siento más mío que de nadie más.
Stella no podía creerse lo que estaba diciendo. Edmund había ido a visitarla aquella tarde. Se habían quedado un momento solos en el salón porque la criada que hacía las veces de carabina tuvo que salir un momento.
La criada no tardó ni diez minutos en regresar. Pero Stella no tuvo tiempo de hablar con Edmund de lo ocurrido la noche anterior.
-Fue mi primera vez-le confesó Edmund.
-¿Qué quieres decir?-inquirió Stella, atónita.
-Nunca antes había estado con una mujer. Lo he intentado, pero no podía.
-Por lo general...
-Por lo general, no suelo pensar con la entrepierna. Prefiero pensar con el corazón.
Edmund le cogió la mano a Stella. Se la llevó a los labios para besársela con devoción.
-Yo...-balbuceó la joven, atónita.
Edmund se había atrevido a sincerarse con ella. Stella sintió, en su fuero interno, cierto orgullo egoísta al pensar que Edmund había sido virgen hasta la noche en que se coló en su habitación. Lo mismo que ella...Fue entonces cuando el joven se inclinó hacia ella. Y la besó en los labios casi con avaricia. Stella se obligó así misma a regresar al presente. Fue en aquel momento cuando Samantha se percató de algo. Había un intenso rubor coloreando las mejillas de su mejor amiga.
-Lady Stella...-dijo Samantha-Me parece a mí que hay algo que no me quieres contar. Lo quieres decir, pero no te atreves.
-Es que no sé por dónde empezar-admitió la aludida-Es cierto que ocurrió algo entre sir Edmund y yo. Edmund...Tengo que llamarle así.
Se encontraban dando un paseo por la orilla del río Adyar. Se encontraban las dos solas. Samantha agradecía el poder pasar un rato a solas con Stella lejos de su casa. Sus padres y su hermana Maude la iban a volver loca. Estaban empeñados en verla casada con el tal mister Halliwell.
-Yo no tengo ninguna experiencia-atacó Samantha-Soy virgen. Es cierto que he pensado en entregarme a Gabriel. Lo he pensado muchas veces. Y nunca lo he hecho. Te seré sincera. Me arrepiento de no haberme entregado a Gabriel. Pero tu caso es distinto, Stella. Quiero que me cuentes la verdad. ¿Qué ha pasado entre sir Edmund Templewood y tú? ¿Es cierto que te has entregado a él?
Una ola de calor invadió el cuerpo de Stella.
-Ocurrió la otra noche-contestó la muchacha.
-Habéis estado juntos una vez-observó Samantha.
-Una noche entera...Y...Dos veces...Dos...
Stella sentía que las palabras casi no salían de su garganta. Pero Samantha la escuchó. La estaba escuchando porque la expresión de su cara varió.
-¡No me lo puedo creer!-exclamó Samantha-Opino que los dos os habéis vuelto locos. O no...Después de todo, os vais a casar. Todas las parejas que conozco esperan a estar casados para poder probar del tálamo nupcial. Es lo que siempre dice Maude. Pero necesito que me digas una cosa. ¿Es verdad que es tan desagradable como se cuenta?
Stella sacó su abanico de su bolso de mano y empezó a abanicarse.
Samantha sentía cierta curiosidad por saber. En el fondo, quería descubrir lo que se había perdido al no haberse entregado a Gabriel. Y le repugnaba la idea de hacer lo mismo con un completo desconocido que la estaba esperando en Inglaterra. Si decidía no venir a La India.
-Es muy bonito-contestó Stella.
Las dos amigas se sentaron en el suelo. Se fijaron en que el río Adyar no traía mucha agua. Una barca pasó. Permanecieron en silencio durante un rato. Stella no quería pensar en lo que había pasado entre Edmund y ella unas noches antes.
Samantha abrazó a su amiga con cariño. Le acarició con la mano el cabello.
-Soy una egoísta-se lamentó Stella.
-No eres ninguna egoísta-le aseguró Samantha-Hablar contigo me permite no pensar en otras cosas. Mis padres quieren casarme con un desconocido. Mi hermana no me entiende. El hombre al que amo está muerto. Tú, al menos, tienes algo que no tendré nunca. La posibilidad de ser realmente feliz.
martes, 15 de julio de 2014
LA CHICA DE LOS OJOS GRISES
Hola a todos.
En el fragmento de hoy de La chica de los ojos grises, veremos el momento en el que Edmund y Stella se conocen.
Espero que os guste.
Sir Edmund Templewood conoció a Stella a mediados del mes de enero.
Era un día bastante frío.
Edmund acudió a visitar a lord Carson porque estaba buscando un nuevo socio para su empresa. Darius le había mencionado a lord Carson porque, a pesar de vivir en un lugar tan aislado como la isla de Quibble, era un hombre muy rico. Circulaba el rumor de que pensaba enviar a su única hija, a lady Stella, a Londres en la primavera para su puesta de largo. La idea de viajar a Londres desagradaba enormemente a la joven. Casi no tenía ningún recuerdo de aquella ciudad.
Lord Carson invitó a Edmund a pasar a su despacho para poder hablar de negocios con más tranquilidad, sintiéndose un tanto halagado. La Templewood and Ransom Company estaba dando sus primeros pasos. Pero los dos jóvenes propietarios de la compañía eran inteligentes. Sabían cómo hacer negocios.
-Vamos a comerciar nuestro té con China-le explicó Edmund a lord Carson.
-Podría ser una idea un tanto arriesgada-opinó el vizconde.
-He estado estudiando la situación. Podría ser un negocio que nos reporte jugosos beneficios, milord.
Aquel día, Stella recibió la visita de su amiga Samantha. Se alegró de corazón al verla. Pero tuvo la sensación de que Samantha había envejecido diez años.
La joven había salido por primera vez en meses de su casa. Y decidió ir a visitar a su buena amiga Stella.
Maude se había quejado cuando la vio salir de casa. Creía que no le había llevado luto el tiempo suficiente a Gabriel. Ignoraba que el padre de ambas estaba empezando a considerar la idea de buscarle otro marido a Samantha.
La criada sirvió el té en el salón. Lady Carson se quedó con Stella y con Samantha. La vizcondesa alabó el vestido de color gris que Samantha llevaba puesto. Stella trataba de levantarle el ánimo a su amiga. Iba a necesitarla mucho.
Le dio un leve abrazo.
-Sam, amiga, espero que estés bien-dijo Stella.
-No estoy bien-admitió la aludida-Yo...No sé qué decir. Lo único que quiero es llorar. Me digo a mí misma que he de ser fuerte porque a Gabriel no le gustaría verme en este estado. Pero casi no como y no duermo durante la noche.
-Estás dando pequeños pasos para poder recuperarte de todo lo que has vivido en los últimos meses.
-Nunca me recuperaré. Nunca dejaré de amar a Gabriel.
-Podría ser un buen negocio-opinó lord Carson desde dentro del despacho-Lo consultaré. Pero no me gusta invertir a lo loco. No quiero terminar en la ruina. Además, en unas semanas, mi hija Stella zarpará con destino a Londres para su puesta de largo.
-Le espera un largo viaje-aseveró Edmund-Es normal que no quiera arruinarse, teniendo que proporcionarle una dote. La estancia de su hija en Londres podría prolongarse. Es lógico que quiera mirar por su futuro y saber que está en buenas manos.
-Stella es mi única hija. Ha crecido mucho y está hecha toda una mujer. Se encuentra en casa.
-Tu padre está haciendo negocios con un joven muy inteligente-le informó lady Carson a su hija-Es posible que te lo presente antes de que se marche. Ha puesto en marcha, junto con otro joven, una compañía de importación y de exportación. Les están yendo muy bien las cosas.
La puerta del despacho se abrió en aquel momento. Las tres mujeres que se encontraban sentadas en el sofá se pusieron de pie. Salió primero del despacho sir Edmund Templewood. Fue la primera vez.
Lord Carson hablaba de negocios. Pero Edmund miró a las tres mujeres que se encontraban en el salón.
Se fijó en una mujer joven que lord Carson presentó como Samantha, la mejor amiga de su hija Stella. Le pareció que aquella joven había envejecido veinte años. El vestido que llevaba puesto, de color gris oscuro, parecía confundirse con una piel demasiado pálida. Tenía el rostro demacrado, pero seguía poseyendo unas facciones perfectas.
Le dedicó una cortés reverencia.
-Encantado de conocerla-dijo.
-Lo mismo digo-corroboró Samantha.
-Y la joven que está a su lado es mi hija Stella-presentó lord Carson-Ya tiene dieciocho años. Hace poco, su institutriz abandonó nuestro hogar. Es una joven muy inteligente. La vamos a echar mucho de menos cuando se marche a Inglaterra. Le hemos buscado una dama de compañía para que no haga sola ese viaje. Estaría muy mal visto.
El vizconde hablaba con orgullo de su única hija sin sospechar nada. Sir Edmund miró a Stella. Y, de pronto, se sintió incapaz de apartar la mirada de ella. Había algo en aquella joven que le atraía como un imán.
Lady Carson miró a Stella y sonrió también con orgullo. La joven se ruborizó.
-Dentro de nada, nuestra pequeña Stella nos hará a su padre y a mí abuelos de muchos niños-auguró la vizcondesa-Pero tenemos que buscarle el marido perfecto. No pedimos nada más. ¿Entiende?
Edmund cogió la mano de Stella y se inclinó para depositar un beso en su mano. Un escalofrío recorrió la columna vertebral de la chica.
Apenas pudo murmurar algunas palabras a modo de saludo.
-Lo mismo digo-alcanzó a decir.
Casi no le salía la voz.
Edmund permaneció cerca de unos diez minutos mirándola sin pestañear mientras sus padres hablaban. Samantha le dedicó una sonrisa un tanto burlona a Stella. Al sonreír, Samantha parecía volver a tener los diecinueve años que tenía realmente. Stella tuvo la sensación de que Edmund parecía querer llegar hasta lo más fondo de ella. Conocer todo lo que estaba pasando por su mente en aquellos momentos.
-He de irme-le comunicó Samantha.
Se puso los guantes. Se puso su sombrero. Abrazó con cariño a Stella. Le dio un beso en la mejilla.
Tanto Stella como Edmund parecían estar hechizados. El mundo a su alrededor parecía haberse esfumado por completo. Y sólo estaban ellos dos. Solos...
En el fragmento de hoy de La chica de los ojos grises, veremos el momento en el que Edmund y Stella se conocen.
Espero que os guste.
Sir Edmund Templewood conoció a Stella a mediados del mes de enero.
Era un día bastante frío.
Edmund acudió a visitar a lord Carson porque estaba buscando un nuevo socio para su empresa. Darius le había mencionado a lord Carson porque, a pesar de vivir en un lugar tan aislado como la isla de Quibble, era un hombre muy rico. Circulaba el rumor de que pensaba enviar a su única hija, a lady Stella, a Londres en la primavera para su puesta de largo. La idea de viajar a Londres desagradaba enormemente a la joven. Casi no tenía ningún recuerdo de aquella ciudad.
Lord Carson invitó a Edmund a pasar a su despacho para poder hablar de negocios con más tranquilidad, sintiéndose un tanto halagado. La Templewood and Ransom Company estaba dando sus primeros pasos. Pero los dos jóvenes propietarios de la compañía eran inteligentes. Sabían cómo hacer negocios.
-Vamos a comerciar nuestro té con China-le explicó Edmund a lord Carson.
-Podría ser una idea un tanto arriesgada-opinó el vizconde.
-He estado estudiando la situación. Podría ser un negocio que nos reporte jugosos beneficios, milord.
Aquel día, Stella recibió la visita de su amiga Samantha. Se alegró de corazón al verla. Pero tuvo la sensación de que Samantha había envejecido diez años.
La joven había salido por primera vez en meses de su casa. Y decidió ir a visitar a su buena amiga Stella.
Maude se había quejado cuando la vio salir de casa. Creía que no le había llevado luto el tiempo suficiente a Gabriel. Ignoraba que el padre de ambas estaba empezando a considerar la idea de buscarle otro marido a Samantha.
La criada sirvió el té en el salón. Lady Carson se quedó con Stella y con Samantha. La vizcondesa alabó el vestido de color gris que Samantha llevaba puesto. Stella trataba de levantarle el ánimo a su amiga. Iba a necesitarla mucho.
Le dio un leve abrazo.
-Sam, amiga, espero que estés bien-dijo Stella.
-No estoy bien-admitió la aludida-Yo...No sé qué decir. Lo único que quiero es llorar. Me digo a mí misma que he de ser fuerte porque a Gabriel no le gustaría verme en este estado. Pero casi no como y no duermo durante la noche.
-Estás dando pequeños pasos para poder recuperarte de todo lo que has vivido en los últimos meses.
-Nunca me recuperaré. Nunca dejaré de amar a Gabriel.
-Podría ser un buen negocio-opinó lord Carson desde dentro del despacho-Lo consultaré. Pero no me gusta invertir a lo loco. No quiero terminar en la ruina. Además, en unas semanas, mi hija Stella zarpará con destino a Londres para su puesta de largo.
-Le espera un largo viaje-aseveró Edmund-Es normal que no quiera arruinarse, teniendo que proporcionarle una dote. La estancia de su hija en Londres podría prolongarse. Es lógico que quiera mirar por su futuro y saber que está en buenas manos.
-Stella es mi única hija. Ha crecido mucho y está hecha toda una mujer. Se encuentra en casa.
-Tu padre está haciendo negocios con un joven muy inteligente-le informó lady Carson a su hija-Es posible que te lo presente antes de que se marche. Ha puesto en marcha, junto con otro joven, una compañía de importación y de exportación. Les están yendo muy bien las cosas.
La puerta del despacho se abrió en aquel momento. Las tres mujeres que se encontraban sentadas en el sofá se pusieron de pie. Salió primero del despacho sir Edmund Templewood. Fue la primera vez.
Lord Carson hablaba de negocios. Pero Edmund miró a las tres mujeres que se encontraban en el salón.
Se fijó en una mujer joven que lord Carson presentó como Samantha, la mejor amiga de su hija Stella. Le pareció que aquella joven había envejecido veinte años. El vestido que llevaba puesto, de color gris oscuro, parecía confundirse con una piel demasiado pálida. Tenía el rostro demacrado, pero seguía poseyendo unas facciones perfectas.
Le dedicó una cortés reverencia.
-Encantado de conocerla-dijo.
-Lo mismo digo-corroboró Samantha.
-Y la joven que está a su lado es mi hija Stella-presentó lord Carson-Ya tiene dieciocho años. Hace poco, su institutriz abandonó nuestro hogar. Es una joven muy inteligente. La vamos a echar mucho de menos cuando se marche a Inglaterra. Le hemos buscado una dama de compañía para que no haga sola ese viaje. Estaría muy mal visto.
El vizconde hablaba con orgullo de su única hija sin sospechar nada. Sir Edmund miró a Stella. Y, de pronto, se sintió incapaz de apartar la mirada de ella. Había algo en aquella joven que le atraía como un imán.
Lady Carson miró a Stella y sonrió también con orgullo. La joven se ruborizó.
-Dentro de nada, nuestra pequeña Stella nos hará a su padre y a mí abuelos de muchos niños-auguró la vizcondesa-Pero tenemos que buscarle el marido perfecto. No pedimos nada más. ¿Entiende?
Edmund cogió la mano de Stella y se inclinó para depositar un beso en su mano. Un escalofrío recorrió la columna vertebral de la chica.
Apenas pudo murmurar algunas palabras a modo de saludo.
-Lo mismo digo-alcanzó a decir.
Casi no le salía la voz.
Edmund permaneció cerca de unos diez minutos mirándola sin pestañear mientras sus padres hablaban. Samantha le dedicó una sonrisa un tanto burlona a Stella. Al sonreír, Samantha parecía volver a tener los diecinueve años que tenía realmente. Stella tuvo la sensación de que Edmund parecía querer llegar hasta lo más fondo de ella. Conocer todo lo que estaba pasando por su mente en aquellos momentos.
-He de irme-le comunicó Samantha.
Se puso los guantes. Se puso su sombrero. Abrazó con cariño a Stella. Le dio un beso en la mejilla.
Tanto Stella como Edmund parecían estar hechizados. El mundo a su alrededor parecía haberse esfumado por completo. Y sólo estaban ellos dos. Solos...
lunes, 14 de julio de 2014
LA CHICA DE LOS OJOS GRISES
Hola a todos.
En el fragmento de hoy de La chica de los ojos grises, Edmund acude a visitar a Samantha y a Maude para saber más cosas acerca de Stella.
Y ocurre lo inesperado.
Maude no le podía quitar la vista de encima a sir Edmund Templewood.
La aparición de aquel apuesto joven en el salón de su casa la sorprendió mucho. Durante unos instantes, Maude tuvo la sensación de que volvía a ser una joven que leía novelas de amor. Y que un apuesto caballero venía a buscarla a su casa para llevársela consigo. Pero Edmund no venía a verla a ella.
Samantha y Maude le recibieron en el salón de su casa. Le hicieron sentarse entre ellas en el sofá.
Edmund sabía que Samantha era la mejor amiga de Stella.
-Me consta que no hay ningún secreto entre lady Stella y usted-comentó Edmund.
-Conozco a Stella desde que éramos unas niñas-admitió Samantha-Aunque, a veces, aunque es muy extrovertida, cuando se trata de sus sentimientos, se vuelve muy cerrada.
Maude trató de disimular su desilusión. Edmund era el prometido de la mejor amiga de su hermana menor.
No se trataba de un compromiso pactado. No había obligación alguna. Edmund estaba realmente enamorado de Stella.
Quería saber más cosas acerca de su futura esposa. Y tanto Maude como Samantha sólo podían hablar bien de Stella. Edmund las escuchaba hablar con atención.
-Stella será una buena esposa para usted, sir Edmund-le aseguró Samantha-Es una joven muy buena. Se preocupa por la gente que quiere.
Le enumeraron todas las virtudes de las que hacía gala, en su opinión, Stella. No sólo era una joven hermosa. También era una joven recatada.
-¿Y ella está enamorada de mí?-quiso saber Edmund.
-Sospecho que Stella alberga algún tipo de sentimiento hacia usted-contestó Samantha-Pero no hemos podido hablar mucho acerca de su compromiso. Yo también me voy a casar. Y, por desgracia, no estoy nada contenta con mi futuro matrimonio.
Maude fulminó con la mirada a Samantha. Pensó que, por desgracia, su hermana menor era igual que había sido ella. Una tonta romántica que creía que lo que se contaba en las novelas de amor era real. Y, en realidad, todo era mentira.
-Sir Edmund no ha venido a hablar de tu compromiso, Sam-regañó con suavidad a la joven-Ha venido a hablar de Stella. ¿Por qué quiere saber si ella está enamorada de usted, señor? Hasta donde tengo entendido, usted pidió su mano a sus padres. Creía que era por el título. O por la dote...
-Los vizcondes de Carson son muy ricos-contestó Edmund-Pero la Templewood and Ransom Company, la compañía que mi socio Darius Ransom y yo hemos fundado, está empezando a funcionar. Nos está reportando unos excelentes beneficios. No busco una esposa rica. No necesito una esposa rica. Tan sólo necesito una amante y una compañera.
El corazón de Maude empezó a latir a gran velocidad. Edmund hablaba con pasión de Stella. Sus ojos brillaban a la hora de hablar de la joven. El rostro de Edmund se iluminaba al pensar en Stella. Al pronunciar su nombre.
Había conocido a la que sería la mujer de su vida en el mes de enero. No podía sacársela de la cabeza. Nunca pensó que pudieran existir los flechazos. Pero cambió de parecer cuando Stella llegó a su vida. Ella había trastocado todo. No tenía cabeza para pensar en los negocios.
Su socio le veía distraído. Y su distracción tenía un nombre. Stella...
En el fragmento de hoy de La chica de los ojos grises, Edmund acude a visitar a Samantha y a Maude para saber más cosas acerca de Stella.
Y ocurre lo inesperado.
Maude no le podía quitar la vista de encima a sir Edmund Templewood.
La aparición de aquel apuesto joven en el salón de su casa la sorprendió mucho. Durante unos instantes, Maude tuvo la sensación de que volvía a ser una joven que leía novelas de amor. Y que un apuesto caballero venía a buscarla a su casa para llevársela consigo. Pero Edmund no venía a verla a ella.
Samantha y Maude le recibieron en el salón de su casa. Le hicieron sentarse entre ellas en el sofá.
Edmund sabía que Samantha era la mejor amiga de Stella.
-Me consta que no hay ningún secreto entre lady Stella y usted-comentó Edmund.
-Conozco a Stella desde que éramos unas niñas-admitió Samantha-Aunque, a veces, aunque es muy extrovertida, cuando se trata de sus sentimientos, se vuelve muy cerrada.
Maude trató de disimular su desilusión. Edmund era el prometido de la mejor amiga de su hermana menor.
No se trataba de un compromiso pactado. No había obligación alguna. Edmund estaba realmente enamorado de Stella.
Quería saber más cosas acerca de su futura esposa. Y tanto Maude como Samantha sólo podían hablar bien de Stella. Edmund las escuchaba hablar con atención.
-Stella será una buena esposa para usted, sir Edmund-le aseguró Samantha-Es una joven muy buena. Se preocupa por la gente que quiere.
Le enumeraron todas las virtudes de las que hacía gala, en su opinión, Stella. No sólo era una joven hermosa. También era una joven recatada.
-¿Y ella está enamorada de mí?-quiso saber Edmund.
-Sospecho que Stella alberga algún tipo de sentimiento hacia usted-contestó Samantha-Pero no hemos podido hablar mucho acerca de su compromiso. Yo también me voy a casar. Y, por desgracia, no estoy nada contenta con mi futuro matrimonio.
Maude fulminó con la mirada a Samantha. Pensó que, por desgracia, su hermana menor era igual que había sido ella. Una tonta romántica que creía que lo que se contaba en las novelas de amor era real. Y, en realidad, todo era mentira.
-Sir Edmund no ha venido a hablar de tu compromiso, Sam-regañó con suavidad a la joven-Ha venido a hablar de Stella. ¿Por qué quiere saber si ella está enamorada de usted, señor? Hasta donde tengo entendido, usted pidió su mano a sus padres. Creía que era por el título. O por la dote...
-Los vizcondes de Carson son muy ricos-contestó Edmund-Pero la Templewood and Ransom Company, la compañía que mi socio Darius Ransom y yo hemos fundado, está empezando a funcionar. Nos está reportando unos excelentes beneficios. No busco una esposa rica. No necesito una esposa rica. Tan sólo necesito una amante y una compañera.
El corazón de Maude empezó a latir a gran velocidad. Edmund hablaba con pasión de Stella. Sus ojos brillaban a la hora de hablar de la joven. El rostro de Edmund se iluminaba al pensar en Stella. Al pronunciar su nombre.
Había conocido a la que sería la mujer de su vida en el mes de enero. No podía sacársela de la cabeza. Nunca pensó que pudieran existir los flechazos. Pero cambió de parecer cuando Stella llegó a su vida. Ella había trastocado todo. No tenía cabeza para pensar en los negocios.
Su socio le veía distraído. Y su distracción tenía un nombre. Stella...
domingo, 13 de julio de 2014
LA CHICA DE LOS OJOS GRISES
Hola a todos.
Hoy, vamos a ver cómo le pintan su retrato a Stella.
La familia de Stella tenía sus retratos colgados en distintos puntos de la casa.
La joven ya tenía dieciocho años.
Ya asistía a numerosas fiestas. Todavía no había viajado a Londres. En cambio, sí iba a contraer matrimonio.
Era por la mañana temprano. Stella recibió al pintor encargado de realizar su retrato en el salón de su casa.
-Nuestra querida Stella está a punto de casarse-le explicó con orgullo lady Carson al pintor-Ya está hecha toda una mujer.
El pintor depositó un beso cortés en la mano de Stella a modo de saludo.
-Es un placer conocerla, lady Stella-dijo el hombre.
-No estoy acostumbrada a posar para un cuadro-admitió la joven.
-No se preocupe. Usted tan sólo muéstrese tal y como es.
En el retrato, Stella apareció tal y como era. Se sentó en una silla.
-Procure mostrarse natural, milady-le aconsejó el pintor-Yo siempre saco lo mejor de los retratos que hago.
Stella esbozó una sonrisa tímida.
La joven era bastante alta. Era esbelta y estaba bien proporcionada. Pero sentía que se le daba muy mal posar. Que acabaría moviéndose.
Permaneció con las manos quietas. Las cruzó a la altura del regazo. Tenía la mirada perdida en algún punto indefinido del salón. Parecía estar sumida en sus propios pensamientos. En el fondo, Stella tenía muchas cosas en las que pensar.
El pintor tardó cerca de tres horas en realizar el retrato de Stella.
Traía el lienzo preparado de su casa. La joven no se movió durante las tres horas que estuvo posando. El pintor trabajaba rápido. Sobre el lienzo, trazó los rasgos delicados del rostro de Stella. Sus ojos de color gris...
Al acabar de pintar el retrato, el pintor se sintió orgulloso de su obra. Se la mostró a Stella. La joven se sintió halagada al contemplar su cuadro. Pensó que el pintor la había retratado tal y como se sentía en aquel momento. Con la mente hecha un torbellino. La boda de Samantha con aquel hombre apellidado Halliwell...Su futura boda con Edmund...La noche que había pasado con Edmund.
-¡Es precioso!-exclamó Stella, encontrando un instante para la alegría en mitad de sus propias preocupaciones-¡Oh, es muy bonito! Se lo he de mostrar a mis padres. Lo colgarán en algún lugar del salón.
-Me alegro mucho que le haya gustado, milady-sonrió el pintor.
Cogió la mano de Stella y se la besó con reverencia.
-Y espero que a su futuro marido también le guste-añadió el pintor.
Hoy, vamos a ver cómo le pintan su retrato a Stella.
La familia de Stella tenía sus retratos colgados en distintos puntos de la casa.
La joven ya tenía dieciocho años.
Ya asistía a numerosas fiestas. Todavía no había viajado a Londres. En cambio, sí iba a contraer matrimonio.
Era por la mañana temprano. Stella recibió al pintor encargado de realizar su retrato en el salón de su casa.
-Nuestra querida Stella está a punto de casarse-le explicó con orgullo lady Carson al pintor-Ya está hecha toda una mujer.
El pintor depositó un beso cortés en la mano de Stella a modo de saludo.
-Es un placer conocerla, lady Stella-dijo el hombre.
-No estoy acostumbrada a posar para un cuadro-admitió la joven.
-No se preocupe. Usted tan sólo muéstrese tal y como es.
En el retrato, Stella apareció tal y como era. Se sentó en una silla.
-Procure mostrarse natural, milady-le aconsejó el pintor-Yo siempre saco lo mejor de los retratos que hago.
Stella esbozó una sonrisa tímida.
La joven era bastante alta. Era esbelta y estaba bien proporcionada. Pero sentía que se le daba muy mal posar. Que acabaría moviéndose.
Permaneció con las manos quietas. Las cruzó a la altura del regazo. Tenía la mirada perdida en algún punto indefinido del salón. Parecía estar sumida en sus propios pensamientos. En el fondo, Stella tenía muchas cosas en las que pensar.
El pintor tardó cerca de tres horas en realizar el retrato de Stella.
Traía el lienzo preparado de su casa. La joven no se movió durante las tres horas que estuvo posando. El pintor trabajaba rápido. Sobre el lienzo, trazó los rasgos delicados del rostro de Stella. Sus ojos de color gris...
Al acabar de pintar el retrato, el pintor se sintió orgulloso de su obra. Se la mostró a Stella. La joven se sintió halagada al contemplar su cuadro. Pensó que el pintor la había retratado tal y como se sentía en aquel momento. Con la mente hecha un torbellino. La boda de Samantha con aquel hombre apellidado Halliwell...Su futura boda con Edmund...La noche que había pasado con Edmund.
-¡Es precioso!-exclamó Stella, encontrando un instante para la alegría en mitad de sus propias preocupaciones-¡Oh, es muy bonito! Se lo he de mostrar a mis padres. Lo colgarán en algún lugar del salón.
-Me alegro mucho que le haya gustado, milady-sonrió el pintor.
Cogió la mano de Stella y se la besó con reverencia.
-Y espero que a su futuro marido también le guste-añadió el pintor.
viernes, 11 de julio de 2014
LA CHICA DE LOS OJOS GRISES
Hola a todos.
No me he olvidado de esta historia.
De hecho, hoy toca un nuevo fragmento de la misma.
En esta ocasión, Stella, confundida después de lo ocurrido entre Edmund y ella, acude a visitar a Samantha en busca de consuelo.
Si alguna vez os habéis preguntado quién es la tal tía Maude que se menciona en varias ocasiones en Olivia y Jai, creo que puedo daros una explicación.
Stella salió a pasear a la mañana siguiente.
Sus pasos la llevaron hasta el bungalow donde vivía la familia de Samantha. En aquellos momentos, Stella necesitaba ver a su mejor amiga. Tenía la cabeza hecha un lío. No terminaba de creerse lo que había pasado entre Edmund y ella.
No era mucha la gente que vivía en la isla de Quibble. Stella era feliz viviendo en aquel lugar. La colonia inglesa en la isla era relativamente escasa. De algún modo, parecía convivir con los nativos del lugar en cierta armonía. El mayordomo inglés de la familia de Samantha fue el que le abrió la puerta a Stella cuando la joven golpeó la madera. Stella notaba cómo le temblaban las manos. El mayordomo le informó que la señorita Samantha se encontraba en su habitación.
Stella subió la escalera que conducía al piso superior. A mediada que iba subiendo la escalera, escuchó algo. Era algo parecido a un sollozo. Se quedó helada. Una mujer estaba llorando.
La habitación de Samantha estaba llena de vestidos y de enaguas que yacían tirados por el suelo. La escena dejó muerta a Stella. No se lo esperaba.
Reconoció a la joven de cabello dorado, que llevaba suelto, que estaba tirada encima de la cama. Era Samantha. Tenía el rostro desfigurado por el llanto. Stella la vio más pálida que nunca. Llevaba puesto un vestido negro de luto. Otra joven la abrazaba. Stella la reconoció.
Maude era la hermana mayor de Samantha y se trataba de una hermosa joven de cabello de color caoba. Maude siempre estaba haciendo cosas nuevas. No podía parar quieta y Samantha había heredado de ella aquella faceta de su carácter.
-¿Qué está pasando?-preguntó Stella-¿Por qué estás llorando, Sam? ¿Qué ocurre?
-Es una tontería-respondió Maude, en lugar de su hermana menor-Padre le ha buscado al mejor partido que ha encontrado en Inglaterra. Debería de estar contenta.
Samantha se sentó en la cama, con los pies encima del colchón, y clavó sus desesperados ojos de color azul cielo en Stella. Desde que supo que su padre pensaba casarla con mister Halliwell, lo único que había hecho había sido llorar. Stella se sentó a su lado en la cama y le dio un beso en la mejilla.
Hacía un rato que Maude había entrado en la habitación de Samantha. La joven había cerrado la ventana y Maude la abrió casi por la fuerza.
-¡Me quieren casar con un hombre al que no conozco!-sollozó Samantha.
-Padre sí conoce a mister Halliwell-le aseguró Maude-Se trata de un buen hombre.
-Pero la última decisión la tiene ella-le recordó Stella-Es Sam la que se va a casar y la que va a tener que vivir con ese hombre.
Samantha no quería llorar. Todavía le llevaba luto a su amado Gabriel en su corazón. Deseaba creer que la noticia de su muerte había sido una falsa. Pero ella, por desgracia, vio su cadáver. El mar se lo había devuelto.
-Lo que a mí me parece es que las dos estáis demasiado obsesionadas con las tonterías románticas que soléis leer-replicó Maude-Y eso no es bueno.
Stella llevaba toda la mañana recordando cómo la noche antes se había entregado a Edmund. Se había entregado a él de manera voluntaria y, a pesar de todo, no se arrepentía de nada de lo que había pasado entre ellos. Pero él tuvo que irse antes del amanecer. Y ella tuvo que despertarle para recordárselo. Le llenó la cara de besos. Le besó en los labios con pasión. Le besó en el cuello. Se atrevió a succionarle una tetilla. Y volvió a pasar.
Por suerte, sus padres no sabían nada. Pero Stella necesitaba hablar con alguien y creía que aquel alguien era su amiga Samantha.
-Maude, ¿cómo es que Sam se va a casar?-quiso saber Stella.
-Padre estuvo en Londres hace unos meses por negocios-contestó la aludida-Y su socio en aquellos negocios era un hombre de su edad. Mister Halliwell...Tiene un hijo. Es un poco mayor que yo. Y está soltero.
-Y supongo que Sam se va a casar con el hijo. ¿No es así?
-Así es.
-¡Pero yo no quiero casarme con él!-protestó Samantha-No le conozco. Y no podré amarle nunca. Mi corazón sólo le pertenece a Gabriel. Pero él ha muerto. Todavía recuerdo la última vez que nos besamos. ¡Yo sí iba a casarme con él! No puedo casarme con otro hombre.
-Sam, cariño, no puedes pasarte la vida llorando por la pérdida de Gabriel cuando todavía eres joven-le exhortó Maude. Le secó las lágrimas con los dedos-Padre quiere lo mejor para ti. Sufre porque ve que no me voy a casar nunca. Y no quiere que eso te pase. Además, no creo que que tengas que abandonar Quibble. Mister Halliwell le ha dicho a nuestro padre que viajará hasta aquí. No te conoce. Pero pienso que podría enamorarse de ti.
Stella sentía que le iba a estallar la cabeza. Samantha podía enamorarse de mister Halliwell. Y ella se estaba enamorando de Edmund. En aquel momento, Stella se corrigió así misma cuando tuvo la certeza de que estaba enamorada de Edmund. No sabía en qué momento había llegado a enamorarse de aquel joven. Su futuro marido...Estaba confundida. Confusa...Asustada...
Samantha se sentó en la cama. Tenía los ojos hinchados por haber estado llorando desde hacía horas.
-¿Y qué pasa con todos los sueños que tenemos desde que éramos niñas?-le preguntó casi con rabia a su hermana-Casarnos por amor. ¿Es que no podemos casarnos por amor?
-No podemos hacer realidad nuestros sueños-contestó Maude con tristeza. Miró con pesar a Samantha y a Stella. Ésta última pensó que Maude no estaba hablando por ellas. Estaba pensando en ella. Maude ya tenía casi veinticuatro años. Era una joven que había tenido muchos pretendientes. Pero no se había casado todavía-Hemos de dejar a un lado lo que queremos y conformarnos con lo que nos envía la vida. Es mejor. De poder casarme, me casaría ahora. Sin dudarlo. Los sueños románticos no sirven para nada.
Se equivoca, pensó Stella casi con indignación.
Me extraña que Samantha acabe dándole la razón.
No me he olvidado de esta historia.
De hecho, hoy toca un nuevo fragmento de la misma.
En esta ocasión, Stella, confundida después de lo ocurrido entre Edmund y ella, acude a visitar a Samantha en busca de consuelo.
Si alguna vez os habéis preguntado quién es la tal tía Maude que se menciona en varias ocasiones en Olivia y Jai, creo que puedo daros una explicación.
Stella salió a pasear a la mañana siguiente.
Sus pasos la llevaron hasta el bungalow donde vivía la familia de Samantha. En aquellos momentos, Stella necesitaba ver a su mejor amiga. Tenía la cabeza hecha un lío. No terminaba de creerse lo que había pasado entre Edmund y ella.
No era mucha la gente que vivía en la isla de Quibble. Stella era feliz viviendo en aquel lugar. La colonia inglesa en la isla era relativamente escasa. De algún modo, parecía convivir con los nativos del lugar en cierta armonía. El mayordomo inglés de la familia de Samantha fue el que le abrió la puerta a Stella cuando la joven golpeó la madera. Stella notaba cómo le temblaban las manos. El mayordomo le informó que la señorita Samantha se encontraba en su habitación.
Stella subió la escalera que conducía al piso superior. A mediada que iba subiendo la escalera, escuchó algo. Era algo parecido a un sollozo. Se quedó helada. Una mujer estaba llorando.
La habitación de Samantha estaba llena de vestidos y de enaguas que yacían tirados por el suelo. La escena dejó muerta a Stella. No se lo esperaba.
Reconoció a la joven de cabello dorado, que llevaba suelto, que estaba tirada encima de la cama. Era Samantha. Tenía el rostro desfigurado por el llanto. Stella la vio más pálida que nunca. Llevaba puesto un vestido negro de luto. Otra joven la abrazaba. Stella la reconoció.
Maude era la hermana mayor de Samantha y se trataba de una hermosa joven de cabello de color caoba. Maude siempre estaba haciendo cosas nuevas. No podía parar quieta y Samantha había heredado de ella aquella faceta de su carácter.
-¿Qué está pasando?-preguntó Stella-¿Por qué estás llorando, Sam? ¿Qué ocurre?
-Es una tontería-respondió Maude, en lugar de su hermana menor-Padre le ha buscado al mejor partido que ha encontrado en Inglaterra. Debería de estar contenta.
Samantha se sentó en la cama, con los pies encima del colchón, y clavó sus desesperados ojos de color azul cielo en Stella. Desde que supo que su padre pensaba casarla con mister Halliwell, lo único que había hecho había sido llorar. Stella se sentó a su lado en la cama y le dio un beso en la mejilla.
Hacía un rato que Maude había entrado en la habitación de Samantha. La joven había cerrado la ventana y Maude la abrió casi por la fuerza.
-¡Me quieren casar con un hombre al que no conozco!-sollozó Samantha.
-Padre sí conoce a mister Halliwell-le aseguró Maude-Se trata de un buen hombre.
-Pero la última decisión la tiene ella-le recordó Stella-Es Sam la que se va a casar y la que va a tener que vivir con ese hombre.
Samantha no quería llorar. Todavía le llevaba luto a su amado Gabriel en su corazón. Deseaba creer que la noticia de su muerte había sido una falsa. Pero ella, por desgracia, vio su cadáver. El mar se lo había devuelto.
-Lo que a mí me parece es que las dos estáis demasiado obsesionadas con las tonterías románticas que soléis leer-replicó Maude-Y eso no es bueno.
Stella llevaba toda la mañana recordando cómo la noche antes se había entregado a Edmund. Se había entregado a él de manera voluntaria y, a pesar de todo, no se arrepentía de nada de lo que había pasado entre ellos. Pero él tuvo que irse antes del amanecer. Y ella tuvo que despertarle para recordárselo. Le llenó la cara de besos. Le besó en los labios con pasión. Le besó en el cuello. Se atrevió a succionarle una tetilla. Y volvió a pasar.
Por suerte, sus padres no sabían nada. Pero Stella necesitaba hablar con alguien y creía que aquel alguien era su amiga Samantha.
-Maude, ¿cómo es que Sam se va a casar?-quiso saber Stella.
-Padre estuvo en Londres hace unos meses por negocios-contestó la aludida-Y su socio en aquellos negocios era un hombre de su edad. Mister Halliwell...Tiene un hijo. Es un poco mayor que yo. Y está soltero.
-Y supongo que Sam se va a casar con el hijo. ¿No es así?
-Así es.
-¡Pero yo no quiero casarme con él!-protestó Samantha-No le conozco. Y no podré amarle nunca. Mi corazón sólo le pertenece a Gabriel. Pero él ha muerto. Todavía recuerdo la última vez que nos besamos. ¡Yo sí iba a casarme con él! No puedo casarme con otro hombre.
-Sam, cariño, no puedes pasarte la vida llorando por la pérdida de Gabriel cuando todavía eres joven-le exhortó Maude. Le secó las lágrimas con los dedos-Padre quiere lo mejor para ti. Sufre porque ve que no me voy a casar nunca. Y no quiere que eso te pase. Además, no creo que que tengas que abandonar Quibble. Mister Halliwell le ha dicho a nuestro padre que viajará hasta aquí. No te conoce. Pero pienso que podría enamorarse de ti.
Stella sentía que le iba a estallar la cabeza. Samantha podía enamorarse de mister Halliwell. Y ella se estaba enamorando de Edmund. En aquel momento, Stella se corrigió así misma cuando tuvo la certeza de que estaba enamorada de Edmund. No sabía en qué momento había llegado a enamorarse de aquel joven. Su futuro marido...Estaba confundida. Confusa...Asustada...
Samantha se sentó en la cama. Tenía los ojos hinchados por haber estado llorando desde hacía horas.
-¿Y qué pasa con todos los sueños que tenemos desde que éramos niñas?-le preguntó casi con rabia a su hermana-Casarnos por amor. ¿Es que no podemos casarnos por amor?
-No podemos hacer realidad nuestros sueños-contestó Maude con tristeza. Miró con pesar a Samantha y a Stella. Ésta última pensó que Maude no estaba hablando por ellas. Estaba pensando en ella. Maude ya tenía casi veinticuatro años. Era una joven que había tenido muchos pretendientes. Pero no se había casado todavía-Hemos de dejar a un lado lo que queremos y conformarnos con lo que nos envía la vida. Es mejor. De poder casarme, me casaría ahora. Sin dudarlo. Los sueños románticos no sirven para nada.
Se equivoca, pensó Stella casi con indignación.
Me extraña que Samantha acabe dándole la razón.
martes, 8 de julio de 2014
LA CHICA DE LOS OJOS GRISES
Hola a todos.
Últimamente, no estoy pasando por mi mejor momento anímico. Creo que debe de ser cosa del calor, que aquí, La Unión, es sofocante. ¿Os podéis creer que estamos a 34ºC?
La única manera que tengo de vencer el calor es bebiendo agua bien fresca. Y, para apartar malos rollos de mi mente, escribir.
Y, por eso, os traigo un nuevo fragmento de mi relato La chica de los ojos grises.
Las cosas se van a poner muy calientes entre Edmund y Stella en el fragmento de hoy.
Fue un impulso lo que llevó a Edmund a colarse en la habitación de Stella una noche estrellada.
Mientras daba un paseo por la isla, alzó la vista al cielo. Vio las estrellas. Y se sorprendió así mismo pensando que todas aquellas estrellas parecían brillar en los ojos de Stella. Stella...
Eran las once de la noche. La ventana de la habitación de Stella estaba abierta. Ella no estaba dormida. Permanecía acostada en la cama, pensando en que su matrimonio con Edmund se celebraría en breve.
-Stella...-le llamó una voz que parecía estar subiendo por la fachada de su casa-Stella.
La aludida se sentó en la cama. Encendió la lámpara de aceite de su mesilla de noche.
-¿Quién anda ahí?-preguntó al vacío.
Pronto, se dio cuenta de que no estaba sola en la habitación. Edmund se coló por la ventana de su habitación.
-Hola...-la saludó.
-¿Qué estás haciendo aquí?-le preguntó Stella, entre nerviosa y emocionada-Vete, por favor. Todavía no estamos casados.
-Sí...Pero...Quería verte.
El corazón de Stella comenzó a latir a gran velocidad. Edmund quería verla. Por eso, se había colado en su habitación.
-Mis padres están durmiendo unas habitaciones más allá-le informó la joven.
-Tienes unos hermosos ojos grises-opinó Edmund-Como estrellas...
-No te entiendo.
-Tus ojos siempre están brillando. Haces honor a tu nombre. Las estrellas brillan en lo alto del cielo. Lo he visto esta noche. Por eso, estoy aquí.
A Edmund siempre le había interesado la lectura.
Leía muchos ensayos.
Nunca se había interesado por la poesía.
No era un buen poeta.
De pronto, deseó ser poeta. Pensaba que los poetas poseían una gran sensibilidad a la hora de expresar lo que sentían. Él no era así.
-¿Has venido a verme para piropearme?-le preguntó Stella, mirándole a los ojos.
-Sí...-respondió Edmund.
No podía seguir hablando. Los ojos de Stella le miraban de tal manera que parecía adivinar lo que estaba pensando. Tuvo la misma sensación que el día que la conoció. Desde entonces, Stella vivía en su mente.
En su corazón...
-Será mejor que te marches-le pidió Stella.
-¿De verdad quieres que me vaya?-inquirió Edmund, con voz suave.
-No lo sé.
No apartó la vista de él en ningún momento.
Stella sintió cómo su sentido común desaparecía. No pensó en nada.
Llevaba puesto el camisón. Cuando Edmund se desnudó ante ella, Stella no pensó en nada. Sí pensó que estaba bien formado. Era alto y esbelto. El camisón que llevaba puesto Stella era de color blanco y, por pudor, quiso llevarlo puesto en todo momento. Edmund la abrazó y la recostó sobre la cama.
Llenó de besos su cara. La besó con suavidad en el cuello.
En ningún momento, ninguno de los dos pensó en que los padres de Stella podían encontrarles juntos. Edmund se olvidó de todo al estar con ella.
Su experiencia con las mujeres había sido relativamente escasa. Había intentado ir con prostitutas. La primera vez fue en su Londres natal. La segunda vez fue en Calcuta. Las dos veces que intentó ir con prostitutas acabó fracasando.
Tampoco había tenido una amante. Su vida se había reducido a los libros.
Y, ahora, luchaba por sacar adelante la compañía que su padre había creado con su socio. La Templewood and Ransome Company...
Stella era distinta.
Le cogió la mano con suavidad. Stella se aferró a su cuerpo. Edmund la estrechó entre sus brazos con nerviosismo.
Se inclinó sobre ella y empezó a besarla de lleno en los labios. Stella correspondió a todos los besos que Edmund le dio. No sabía nada acerca de las relaciones entre un hombre y una mujer. Era virgen. Creía que iba a perder su virginidad en su noche de bodas con Edmund. Pero él se había colado en su habitación y estaba con ella.
Edmund sabía que Stella era virgen y trató de despertarla al deseo de todas las maneras posibles. Sus besos se fueron tornando cada vez más apasionados. Stella sentía que toda la habitación le daba vueltas. No era capaz de pensar en nada. Tan sólo pensaba en que estaba con Edmund.
El joven acarició con las manos y con los labios el cuerpo de Stella subiéndole el camisón hasta el cuello.
Se abrazaron muchas veces. Se acariciaron muchas veces.
Edmund llenó de cuerpos cada centímetro del cuerpo de Stella. Y Stella, a su vez, se atrevió a llenar de besos cada porción del cuerpo de Edmund. Él, incluso, se atrevió a chuparle los pezones.
Stella se sentía rara al estar en brazos de Edmund. El sentir su lengua acariciando uno de sus pechos.
Finalmente, notó cómo el cuerpo de Edmund invadía su cuerpo. La hizo suya y Stella no sintió apenas dolor. Y Edmund, a su vez, notó cómo la habitación explotaba. Se llenaba de luces de colores.
Al acabar, Stella se abrazó a Edmund. Apoyó la cabeza en el hombro de él.
-Ha estado bien-afirmó la joven, medio maravillada.
Últimamente, no estoy pasando por mi mejor momento anímico. Creo que debe de ser cosa del calor, que aquí, La Unión, es sofocante. ¿Os podéis creer que estamos a 34ºC?
La única manera que tengo de vencer el calor es bebiendo agua bien fresca. Y, para apartar malos rollos de mi mente, escribir.
Y, por eso, os traigo un nuevo fragmento de mi relato La chica de los ojos grises.
Las cosas se van a poner muy calientes entre Edmund y Stella en el fragmento de hoy.
Fue un impulso lo que llevó a Edmund a colarse en la habitación de Stella una noche estrellada.
Mientras daba un paseo por la isla, alzó la vista al cielo. Vio las estrellas. Y se sorprendió así mismo pensando que todas aquellas estrellas parecían brillar en los ojos de Stella. Stella...
Eran las once de la noche. La ventana de la habitación de Stella estaba abierta. Ella no estaba dormida. Permanecía acostada en la cama, pensando en que su matrimonio con Edmund se celebraría en breve.
-Stella...-le llamó una voz que parecía estar subiendo por la fachada de su casa-Stella.
La aludida se sentó en la cama. Encendió la lámpara de aceite de su mesilla de noche.
-¿Quién anda ahí?-preguntó al vacío.
Pronto, se dio cuenta de que no estaba sola en la habitación. Edmund se coló por la ventana de su habitación.
-Hola...-la saludó.
-¿Qué estás haciendo aquí?-le preguntó Stella, entre nerviosa y emocionada-Vete, por favor. Todavía no estamos casados.
-Sí...Pero...Quería verte.
El corazón de Stella comenzó a latir a gran velocidad. Edmund quería verla. Por eso, se había colado en su habitación.
-Mis padres están durmiendo unas habitaciones más allá-le informó la joven.
-Tienes unos hermosos ojos grises-opinó Edmund-Como estrellas...
-No te entiendo.
-Tus ojos siempre están brillando. Haces honor a tu nombre. Las estrellas brillan en lo alto del cielo. Lo he visto esta noche. Por eso, estoy aquí.
A Edmund siempre le había interesado la lectura.
Leía muchos ensayos.
Nunca se había interesado por la poesía.
No era un buen poeta.
De pronto, deseó ser poeta. Pensaba que los poetas poseían una gran sensibilidad a la hora de expresar lo que sentían. Él no era así.
-¿Has venido a verme para piropearme?-le preguntó Stella, mirándole a los ojos.
-Sí...-respondió Edmund.
No podía seguir hablando. Los ojos de Stella le miraban de tal manera que parecía adivinar lo que estaba pensando. Tuvo la misma sensación que el día que la conoció. Desde entonces, Stella vivía en su mente.
En su corazón...
-Será mejor que te marches-le pidió Stella.
-¿De verdad quieres que me vaya?-inquirió Edmund, con voz suave.
-No lo sé.
No apartó la vista de él en ningún momento.
Stella sintió cómo su sentido común desaparecía. No pensó en nada.
Llevaba puesto el camisón. Cuando Edmund se desnudó ante ella, Stella no pensó en nada. Sí pensó que estaba bien formado. Era alto y esbelto. El camisón que llevaba puesto Stella era de color blanco y, por pudor, quiso llevarlo puesto en todo momento. Edmund la abrazó y la recostó sobre la cama.
Llenó de besos su cara. La besó con suavidad en el cuello.
En ningún momento, ninguno de los dos pensó en que los padres de Stella podían encontrarles juntos. Edmund se olvidó de todo al estar con ella.
Su experiencia con las mujeres había sido relativamente escasa. Había intentado ir con prostitutas. La primera vez fue en su Londres natal. La segunda vez fue en Calcuta. Las dos veces que intentó ir con prostitutas acabó fracasando.
Tampoco había tenido una amante. Su vida se había reducido a los libros.
Y, ahora, luchaba por sacar adelante la compañía que su padre había creado con su socio. La Templewood and Ransome Company...
Stella era distinta.
Le cogió la mano con suavidad. Stella se aferró a su cuerpo. Edmund la estrechó entre sus brazos con nerviosismo.
Se inclinó sobre ella y empezó a besarla de lleno en los labios. Stella correspondió a todos los besos que Edmund le dio. No sabía nada acerca de las relaciones entre un hombre y una mujer. Era virgen. Creía que iba a perder su virginidad en su noche de bodas con Edmund. Pero él se había colado en su habitación y estaba con ella.
Edmund sabía que Stella era virgen y trató de despertarla al deseo de todas las maneras posibles. Sus besos se fueron tornando cada vez más apasionados. Stella sentía que toda la habitación le daba vueltas. No era capaz de pensar en nada. Tan sólo pensaba en que estaba con Edmund.
El joven acarició con las manos y con los labios el cuerpo de Stella subiéndole el camisón hasta el cuello.
Se abrazaron muchas veces. Se acariciaron muchas veces.
Edmund llenó de cuerpos cada centímetro del cuerpo de Stella. Y Stella, a su vez, se atrevió a llenar de besos cada porción del cuerpo de Edmund. Él, incluso, se atrevió a chuparle los pezones.
Stella se sentía rara al estar en brazos de Edmund. El sentir su lengua acariciando uno de sus pechos.
Finalmente, notó cómo el cuerpo de Edmund invadía su cuerpo. La hizo suya y Stella no sintió apenas dolor. Y Edmund, a su vez, notó cómo la habitación explotaba. Se llenaba de luces de colores.
Al acabar, Stella se abrazó a Edmund. Apoyó la cabeza en el hombro de él.
-Ha estado bien-afirmó la joven, medio maravillada.
domingo, 6 de julio de 2014
LOS GATOS SEGÚN SAY
Hola a todos.
Hoy, hago un pequeño parón en mi relato La chica de los ojos azules porque he encontrado en un libro sobre gatos (mi animal favorito) esta curiosa afirmación que hace Jean Baptiste Say sobre estos graciosos animales.
Jean Baptiste Say era un economista francés, nacido en Lyón. Al igual que otro admirador de los gatos, Françoise-René de Chateaubriand, nació en las últimas décadas del siglo XVIII y las primeras décadas del siglo XIX.
Say está considerado como uno de los principales exponentes de la Escuela Clásica de la Economía. Esta Escuela se dedicaba a estudiar el pensamiento económico, que es la rama de la Economía que se dedica a estudiar de la Historia y de los esfuerzos intelectuales por comprender y explicar los fenómenos naturales.
Ésto fue lo que dijo Say acerca de los gatos:
Se le reprocha al gato su gusto por estar a sus anchas, su predilección por los muebles más mullidos donde descansar o jugar: igual que los hombres. De acechar a los enemigos más débiles para comérselos: iguales que los hombres. De ser reacio a todas las obligaciones: igual que los hombres una vez más.
Hoy, hago un pequeño parón en mi relato La chica de los ojos azules porque he encontrado en un libro sobre gatos (mi animal favorito) esta curiosa afirmación que hace Jean Baptiste Say sobre estos graciosos animales.
Jean Baptiste Say era un economista francés, nacido en Lyón. Al igual que otro admirador de los gatos, Françoise-René de Chateaubriand, nació en las últimas décadas del siglo XVIII y las primeras décadas del siglo XIX.
Say está considerado como uno de los principales exponentes de la Escuela Clásica de la Economía. Esta Escuela se dedicaba a estudiar el pensamiento económico, que es la rama de la Economía que se dedica a estudiar de la Historia y de los esfuerzos intelectuales por comprender y explicar los fenómenos naturales.
Ésto fue lo que dijo Say acerca de los gatos:
Se le reprocha al gato su gusto por estar a sus anchas, su predilección por los muebles más mullidos donde descansar o jugar: igual que los hombres. De acechar a los enemigos más débiles para comérselos: iguales que los hombres. De ser reacio a todas las obligaciones: igual que los hombres una vez más.
sábado, 5 de julio de 2014
LA CHICA DE LOS OJOS GRISES
Hola a todos.
El fragmento que os traigo de mi relato La chica de los ojos grises es bastante corto.
Ayer, no pude escribir más.
Espero que este fragmento, aunque breve, sea de vuestro agrado.
Stella no se reconocía así misma.
Aceptaba encontrarse a solas con Edmund en la orilla del río. Cada vez, se besaban con más ardor. Incluso, una vez, Edmund se atrevió a acariciarla con la mano por encima de la ropa. ¡Pero eso estaba mal!
Stella lo sabía.
Era una situación que estaba escapando poco a poco a su control.
Ni siquiera se atrevía a hablar de aquel tema con Samantha. Stella se sentía bastante perdida. No se atrevía a hablar de lo que estaba pasando por su mente con su madre. De lo que estaba empezando a sentir por Edmund. Era un sentimiento muy nuevo para ella. Pero, al mismo tiempo, era un sentimiento demasiado poderoso. La asustaba.
El fragmento que os traigo de mi relato La chica de los ojos grises es bastante corto.
Ayer, no pude escribir más.
Espero que este fragmento, aunque breve, sea de vuestro agrado.
Stella no se reconocía así misma.
Aceptaba encontrarse a solas con Edmund en la orilla del río. Cada vez, se besaban con más ardor. Incluso, una vez, Edmund se atrevió a acariciarla con la mano por encima de la ropa. ¡Pero eso estaba mal!
Stella lo sabía.
Era una situación que estaba escapando poco a poco a su control.
Ni siquiera se atrevía a hablar de aquel tema con Samantha. Stella se sentía bastante perdida. No se atrevía a hablar de lo que estaba pasando por su mente con su madre. De lo que estaba empezando a sentir por Edmund. Era un sentimiento muy nuevo para ella. Pero, al mismo tiempo, era un sentimiento demasiado poderoso. La asustaba.
viernes, 4 de julio de 2014
FRAGMENTO DE "ESCÁNDALO EN PRIMAVERA"
Hola a todos.
Antes de continuar con mi relato La chica de los ojos grises, deseo compartir con vosotros este fragmento de una novela preciosa de Lisa Kleypas, perteneciente a su saga conocida como Las Florero. Se trata de Escándalo en Primavera.
Quizás, muchos os sintáis identificados con su protagonista, la soñadora y romántica Daisy Bowman. Daisy es una joven estadounidense de buena familia de carácter tímido que llega a Inglaterra junto con su enérgica madre, su autoritario padre y su rebelde hermana mayor Lillian. Lillian hace un buen matrimonio con Marcus y está esperando su primer hijo. Daisy, por el contrario, es una apasionada de la lectura y sueña con encontrar a su Príncipe Azul.
Nunca entendí el porqué Lisa Kleyas no juntó a Rohan (protagonista de Mía a medianoche) con Daisy cuando saltaron chispas entre ellos en El Diablo en Invierno.
Pero Rohan hace una magnífica pareja con Amelia.
Aquí, Daisy encuentra a su alma gemela en la figura de Matthew Swift, el contable de su padre con un pasado algo turbulento.
También se decía de ella que pasaba demasiado tiempo con sus libros, lo que era probablemente cierto. Si fuera posible, Daisy dedicaría la mayoría de su tiempo en leer y soñar. Cualquier caballero sensato llegaría a la conclusión de que no sería una esposa preparada para la dirección y administración de un hogar. Y tendría razón.
Daisy no se había preocupado nunca por el contenido de la despensa o qué cantidad de jabón era necesaria para la colada diaria. Estaba más interesada en las novelas, en la poesía y la Historia, que hacían volvar su mente a un mundo de fantasía mientras miraba fijamente a través de una ventana sin ver nada.En su imaginación vivía aventuras exóticas, viajaba en alfombras mágicas, navegaba por grandes océanos, buscando tesoros en islas tropicales.
Seguramente, al leer esto, más de uno habrá experimentado lo mismo que experimenta Daisy al leer un libro. ¿Verdad?
Portada de Escándalo en Primavera.
Antes de continuar con mi relato La chica de los ojos grises, deseo compartir con vosotros este fragmento de una novela preciosa de Lisa Kleypas, perteneciente a su saga conocida como Las Florero. Se trata de Escándalo en Primavera.
Quizás, muchos os sintáis identificados con su protagonista, la soñadora y romántica Daisy Bowman. Daisy es una joven estadounidense de buena familia de carácter tímido que llega a Inglaterra junto con su enérgica madre, su autoritario padre y su rebelde hermana mayor Lillian. Lillian hace un buen matrimonio con Marcus y está esperando su primer hijo. Daisy, por el contrario, es una apasionada de la lectura y sueña con encontrar a su Príncipe Azul.
Nunca entendí el porqué Lisa Kleyas no juntó a Rohan (protagonista de Mía a medianoche) con Daisy cuando saltaron chispas entre ellos en El Diablo en Invierno.
Pero Rohan hace una magnífica pareja con Amelia.
Aquí, Daisy encuentra a su alma gemela en la figura de Matthew Swift, el contable de su padre con un pasado algo turbulento.
También se decía de ella que pasaba demasiado tiempo con sus libros, lo que era probablemente cierto. Si fuera posible, Daisy dedicaría la mayoría de su tiempo en leer y soñar. Cualquier caballero sensato llegaría a la conclusión de que no sería una esposa preparada para la dirección y administración de un hogar. Y tendría razón.
Daisy no se había preocupado nunca por el contenido de la despensa o qué cantidad de jabón era necesaria para la colada diaria. Estaba más interesada en las novelas, en la poesía y la Historia, que hacían volvar su mente a un mundo de fantasía mientras miraba fijamente a través de una ventana sin ver nada.En su imaginación vivía aventuras exóticas, viajaba en alfombras mágicas, navegaba por grandes océanos, buscando tesoros en islas tropicales.
Seguramente, al leer esto, más de uno habrá experimentado lo mismo que experimenta Daisy al leer un libro. ¿Verdad?
Portada de Escándalo en Primavera.
miércoles, 2 de julio de 2014
LA CHICA DE LOS OJOS GRISES
Hola a todos.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros este nuevo fragmento de mi relato La chica de los ojos grises.
Espero que os guste.
-¿Por qué quiere casarse conmigo, sir Edmund?-le preguntó Stella a bocajarro a su prometido.
-Es usted muy directa-respondió éste.
-No eluda la pregunta.
-Bueno...Yo...
Edmund y Stella se encontraban en el salón de la casa de los Templewood.
Stella había ido a verle sola. Sin llevar consigo a su doncella hindú. La sorpresa de Edmund al verla en el salón de su casa fue enorme.
Stella se quedó a tomar el té con su prometido. Acompañaron el té con un dulce llamado malpoa. A Stella le gustaba mucho porque contenía pasas.
Sin embargo, no estaba allí en visita de sociedad. Sólo quería conocer un poco mejor al hombre que quería casarse con ella. Entender los motivos por los cuáles había pedido su mano en matrimonio a sus padres. Stella tenía derecho a saberlo.
-No ha respondido a mi pregunta, sir Edmund-observó la joven-Pero mi paciencia es infinita. ¿Tiene alguna amante en Inglaterra?
-Yo no tengo ninguna amante en Inglaterra-contestó el aludido.
-Entonces, tendrá alguna amante aquí. En Quibble...
-No tengo ninguna amante en ningún sitio.
-Entonces, usted será de los que le gustan los hombres. ¿No es así?
-¡Lady Stella!
La joven se ruborizó. Tuvo la sensación de que había ido un poco lejos en su interrogatorio.
-Le ruego que me disculpe-se excusó-Tan sólo quiero saber el porqué quiere casarse conmigo. Nada más...
-¿Cree en el amor a primera vista?-la interrogó Edmund-No es ninguna broma. Se lo puedo asegurar. ¿Cree en el amor a primera vista?
Stella le miró sorprendida. No sabía adónde quería ir a parar Edmund. Por supuesto, ella tenía sus fantasías románticas. Sin embargo, no sabía si existía el amor a primera vista. Aunque había algo en Edmund que la atraía sobremanera.
-No he dejado de pensar en usted desde que la conocí-admitió el joven.
De pronto, sus labios se posaron sobre los labios de Stella y la besó. Fue un beso más bien apasionado. Para su sorpresa, Stella correspondió a aquel beso.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros este nuevo fragmento de mi relato La chica de los ojos grises.
Espero que os guste.
-¿Por qué quiere casarse conmigo, sir Edmund?-le preguntó Stella a bocajarro a su prometido.
-Es usted muy directa-respondió éste.
-No eluda la pregunta.
-Bueno...Yo...
Edmund y Stella se encontraban en el salón de la casa de los Templewood.
Stella había ido a verle sola. Sin llevar consigo a su doncella hindú. La sorpresa de Edmund al verla en el salón de su casa fue enorme.
Stella se quedó a tomar el té con su prometido. Acompañaron el té con un dulce llamado malpoa. A Stella le gustaba mucho porque contenía pasas.
Sin embargo, no estaba allí en visita de sociedad. Sólo quería conocer un poco mejor al hombre que quería casarse con ella. Entender los motivos por los cuáles había pedido su mano en matrimonio a sus padres. Stella tenía derecho a saberlo.
-No ha respondido a mi pregunta, sir Edmund-observó la joven-Pero mi paciencia es infinita. ¿Tiene alguna amante en Inglaterra?
-Yo no tengo ninguna amante en Inglaterra-contestó el aludido.
-Entonces, tendrá alguna amante aquí. En Quibble...
-No tengo ninguna amante en ningún sitio.
-Entonces, usted será de los que le gustan los hombres. ¿No es así?
-¡Lady Stella!
La joven se ruborizó. Tuvo la sensación de que había ido un poco lejos en su interrogatorio.
-Le ruego que me disculpe-se excusó-Tan sólo quiero saber el porqué quiere casarse conmigo. Nada más...
-¿Cree en el amor a primera vista?-la interrogó Edmund-No es ninguna broma. Se lo puedo asegurar. ¿Cree en el amor a primera vista?
Stella le miró sorprendida. No sabía adónde quería ir a parar Edmund. Por supuesto, ella tenía sus fantasías románticas. Sin embargo, no sabía si existía el amor a primera vista. Aunque había algo en Edmund que la atraía sobremanera.
-No he dejado de pensar en usted desde que la conocí-admitió el joven.
De pronto, sus labios se posaron sobre los labios de Stella y la besó. Fue un beso más bien apasionado. Para su sorpresa, Stella correspondió a aquel beso.
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